Jean François Revel, un intelectual comprometido con la libertad

Jean François Revel, un intelectual comprometido con la libertad

Fue un hombre fiel a lo que consideró un deber moral: la denuncia de las trampas, las falacias y las mentiras de los intelectuales manipuladores de conciencias. Esa es su gran lección.

Jean François Revel, cuyo apellido era Ricard, nació en Marsella el 19 de enero de 1924 en una próspera familia de clase media originaria del Franco Condado. Cursó las enseñanzas de primaria y secundaria en un colegio privado de Marsella regentado por los jesuitas. En 1943 ingresó en la Escuela Normal Superior de París para estudiar filosofía, estudios que compaginó con su colaboración con la Resistencia.

Revel se casó dos veces, la primera en 1945 con la pintora Yahne le Toumelin de la que tuvo dos hijos: Matthieu Ricard, nacido en 1946, que se hizo monje budista, y Ève Ricard, dos años menor, logopeda y escritora. Fue profesor de Filosofía e Historia en los liceos franceses de Argelia (1948), México (1950-52) e Italia (1952-56). En 1956 regresó definitivamente a Francia donde continuó impartiendo clases, primero en Lille y después en París, hasta que, a punto de cumplir los cuarenta años, decidió dejar definitivamente la enseñanza y dedicarse al periodismo. En 1967 se casó por segunda vez con la periodista Claude Sarraute, con quien tuvo otros dos hijos: Nicolas (1966) y Véronique (1968), ambos llevan el apellido Revel. En 1977 fue elegido miembro de la Academia Francesa.

Revel murió el 30 de abril de 2006. El entonces presidente de la República Francesa, Jacques Chirac, manifestó su pesar por el fallecimiento de un intelectual cuya obra situó «en la gran tradición francesa de los pensadores de la libertad política, de Benjamin Constant a Raymond Aron, pasando por Alexis de Tocqueville».

En 1997 se publicó un libro de recuerdos de Jean François Revel al que su autor puso el título Le Voleur dans la maison vide. Mémoires (El ladrón en la casa vacía. Memorias). Revel explicaba que eligió este título porque, al terminarlo, se sintió como el ladrón que se introduce en una casa con la intención de robar y ve que la casa está completamente vacía.

Más de 600 páginas constituyen el fruto del deambular del pensador liberal por esa “habitación realquilada que llamamos vida”, recordando a las gentes, hechos y pensamientos que la fueron llenando desde su nacimiento en la ciudad de Marsella hasta que una mañana de octubre de 1983 dijera adiós para siempre en el cementerio de Montparnasse a una de las personas que intelectualmente más había admirado en su vida: el filósofo Raymond Aron.

En esas Memorias, el nacido Jean François Ricard, explica que tomó en los años sesenta como pseudónimo el apellido Revel en recuerdo de un pequeño restaurante parisino de la calle Montpensier que había frecuentado en su juventud. Más tarde, legalizó ese pseudónimo para hacerlo su apellido. De sus años escolares en los jesuitas de l’École libre de Provence(Marsella), recuerda con especial cariño a su primer profesor de Filosofía, el Padre Nicolet, de quien dice que, además de inducirle a leer a Proust, le inculcó un profundo respeto por la verdad de las cosas y le enseñó a ser absolutamente escrupuloso en sus juicios. Describe Revel la enseñanza de aquel jesuita como “neutra” y “exenta de toda santurronería” y la contrapone con la que impartían sus colegas marxistas, profesores de liceo, en los años cincuenta: “Diez o quince años más tarde, cuando yo también fui profesor, durante la Guerra Fría, la neutralidad del cuerpo de profesores se resintió ya no por los prejuicios religiosos, sino por los prejuicios políticos de sus miembros. La mayoría pertenecía a la izquierda marxista o le profesaba obediencia ideológica. Los profesores de la enseñanza pública, tanto en Francia como en los países vecinos en aquella época, olvidaban que la noción de ‘laicismo’ significa neutralidad, no sólo ante los dogmas religiosos sino ante cualquier tipo de dogma.

La necesidad de mantener a su familia obligó a Revel a interrumpir su formación de filósofo y aceptar diferentes puestos como profesor, primero en Argelia, y, más tarde, en México e Italia. En 1956 ganó la cátedra de filosofía y pudo dar así por finalizado el periplo por los liceos franceses del mundo.

Ya era Revel un escritor consagrado cuando aceptó llevar la dirección cultural del semanario France-Observateur. La mayor parte de los fundadores, directores y redactores de la revista eran militantes del PSU (Partido Socialista Unificado), “burgueses de izquierdas, anti gaullistas, anti estalinistas y anti casi todo”.

En la vida de Jean François Revel, la década de los sesenta estuvo marcada por su compromiso político con el socialismo que lideraba François Mitterrand. A pesar de ello, en el otoño de 1963, recibió la oferta de colaborar con Le Figaro Littéraire.

Al final de aquella década Revel seguía considerándose un hombre de izquierdas, “Pero los socialistas me arrojaron ‘a la derecha’ porque no aceptaba el fetichismo de los medios. En el fondo las ideas ‘de izquierdas’ son una contraseña, un vínculo tribal, no un método de acción para mejorar la condición humana. Criticarlas en nombre de sus supuestos objetivos equivalía a salirse de la tribu y eso fue lo que me pasó”.

La ruptura con la izquierda y la pérdida de fe socialista resultó a Revel mucho más traumática de lo que había sido el abandono del cristianismo, pues se vio obligado a luchar con la intransigencia de una tribu izquierdista que nunca estaba dispuesta a admitir críticas.

Habla también Revel en sus Memorias de los acontecimientos de Mayo del 68, movimiento con el que confiesa haber simpatizado en un principio, pero pronto comprendió que “Los sesentayochistas creían haberse librado de los aparatos y de las doctrinas, incluso de izquierdas. Pura ilusión. En la práctica recargaron su discurso y su pensamiento con las antiguallas marxistas más manidas, por mucho que estuvieran camufladas bajo los trajes nuevos del presidente Mao”.

Revel dedicó también un capítulo de sus Memorias a esos “profesores cargados de ideología y henchidos de autoridad”, que, después de 1968 y en Europa Occidental, “consideraron que tenían por misión convertir a toda la juventud al socialismo”. Una ideologización que, según Revel, está en el origen del desastre del sistema educativo francés.

A la enseñanza y a los profesores dedicó Revel un capítulo de su libro más conocido: La connaissance inutile (El conocimiento inútil), publicado en 1988. El título de ese capítulo, “La traición de los profes”, habla por sí mismo. Revel, que fue profesor de Liceo en los años cincuenta, denunciaba el sesgo marxista de los libros de texto de su época y la ideologización de una gran parte de los profesores.

A partir de 1968, dice Revel, al burdo adoctrinamiento se une un nuevo componente ideológico “que la simple transmisión del conocimiento es reaccionaria”. Una declaración que, para algunos, puede resultar sorprendente y que Revel explicaba así:

“El buen alumno debe ser mantenido al nivel del malo, considerado como el equitativo punto medio social. Toda tentativa para ver en la enseñanza una máquina para detectar talentos y proporcionarles medios de desarrollo es calificada de elitista y, como tal, condenada por reaccionaria”.

Ese sistema pedagógico aniquila la gran función histórica de la escuela, su verdadera vocación democrática, que es corregir las desigualdades sociales con las desigualdades intelectuales”.

Y así, “la pretendida matriz de la justicia pare la injusticia suprema”. (…) “El sueño de los nuevos pedagogos consiste en transformar la escuela en herramienta de destrucción de la sociedad, por la mentira y la ignorancia».

Desde que Revel escribió El conocimiento inútil han transcurrido cuarenta años. Sin embargo, el análisis que entonces hizo el escritor francés de lo que hoy se llama “crisis de la enseñanza” debería ser una lectura obligatoria para los profesores, periodistas y políticos con responsabilidades en la educación. Y es que, lo que nos dice Revel, es que el hecho de que los alumnos aprendan poco, de que los profesores no estén suficientemente preparados o de la falta autoridad y disciplina en las aulas, no es una casualidad, no es tampoco un error, es, la consecuencia de una “opción deliberada” que cambió el objetivo tradicional de la institución escolar. No se trata de enseñar sino de adoctrinar. Las tradicionales disciplinas de estudio se han vaciado de contenidos y rellenado de ideología. Y para ello, como denunciaba Revel, se han utilizado mil trampas y mentiras.

Revel no estuvo nunca dispuesto a transigir con las posturas oportunistas o cobardes de algunos intelectuales, lo que le supuso crearse grandes enemigos. Él creía en el poder del individuo cuando está decidido a defender la verdad. Fue un hombre fiel a lo que consideró un deber moral: la denuncia de las trampas, las falacias y las mentiras de los intelectuales manipuladores de conciencias. Esa es su gran lección.

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