Para entender a la CELAC primero debe entenderse el objetivo que tenía Hugo Chávez que, en realidad, era el objetivo del castrismo cubano. Luego de hacerse con el poder venezolano, el chavismo y sus tutores castristas entendieron que debían hacer el proyecto sostenible y que los recursos petroleros o la “petrochequera” venezolana era indispensable para financiar el proyecto del Foro de Sao Paulo, pero también para lograr más gobiernos en la región
La izquierda latinoamericana no se detiene en su propósito de fomentar el caos y la desestabilización de la región. Lo hace incesantemente y en múltiples planos, desde los que contemplan las actividades criminales de regímenes como el venezolano, hasta aquellos que tienen que ver con el uso de la diplomacia para infiltrar y socavar las bases de las democracias del continente.
Esto, tampoco es nuevo. Es parte del mismo guion que le ha ido permitiendo a esa izquierda configurarse en espacios como el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, que ya han sido explicados y expuestos en detalles, y cuyo éxito radica, entre otras cosas, en su carácter adaptativo e informal. En esta oportunidad, se trata de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), quien se reunió en México el pasado 18 de septiembre, luego de cuatro años de pausa, intenta reeditar su lanzamiento en 2010, pero en un contexto muy distinto.
Para entender a la CELAC primero debe entenderse el objetivo que tenía Hugo Chávez que, en realidad, era el objetivo del castrismo cubano. Luego de hacerse con el poder venezolano, el chavismo y sus tutores castristas entendieron que debían hacer el proyecto sostenible y que los recursos petroleros o la “petrochequera” venezolana era indispensable para financiar el proyecto del Foro de Sao Paulo, pero también para lograr más gobiernos en la región. De ahí que la inmensa fortuna que recibió el chavismo por concepto de “renta petrolera” y que se estima en más de setecientos mil millones de dólares como mínimo, haya caído como anillo al dedo para fomentar la corrupción e inyectar dinero a un proyecto criminal e ideológico como el que Castro siempre buscó.
Ese proyecto siempre fue incompatible con la democracia. De hecho, la despreciaba y por eso fueron tantos los intentos del castrismo para acabar, por la vía armada, con todo lo que tuviera vestigios democráticos, hasta que entendió que la mejor manera era destruir la democracia desde adentro, desmantelándola y llegando a ella a través de sus propios mecanismos. Por eso es que el proyecto cobra fuerza con Hugo Chávez y su llegada al poder, no sólo porque les permitió salvarse de la escasez de recursos que dejó la caída de la Unión Soviética, sino que les permitió diseñar el ascenso de múltiples gobiernos hasta alcanzar 14 jefaturas de gobierno y de Estado en simultáneo para 2010.
Siempre es relevante recordar esto porque es lo que permite entender el sueño megalómano de Hugo Chávez de erigirse como el líder de la izquierda regional, con el dinero del petróleo venezolano, pero siempre bajo la sombra de Fidel Castro. Como parte de ese plan, siempre fue una prioridad poder crear instituciones paralelas a las tradicionales, las cuales eran señaladas de servir a los intereses “injerencistas” e “imperialistas” de los Estados Unidos y que se habían quedado, según el chavismo, en el mundo bipolar, cuando era el momento de construir un mundo multipolar y pluripolar. Por eso el ataque permanente de Chávez al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y su propuesta de crear la Alternativa Bolivariana de los Pueblos de las Américas (ALBA), o el ataque permanente a los mecanismos hemisféricos existentes, al punto de proponer crear la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) con un propósito de defensa o PetroCaribe para tener siempre de su lado a las islas caribeñas haciéndolas dependientes del petróleo venezolano.
En medio de toda esa intención de crear un paralelismo institucional que le hiciera el juego a los regímenes que iban cobrando fuerza en la región, surge la CELAC, como heredera de la Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC) y como final del llamado “Grupo de Río”. Narrativamente, Chávez pretendió venderse -y creerse- como un nuevo Simón Bolívar de la integración regional y buscó todas las formas posibles para financiar organizaciones propias al servicio de sus socios regionales, dejando de lado la idea de la democracia representativa y de las instituciones tradicionales, para tener reglas de juego propias que evitaran su escrutinio permanente por parte de la comunidad internacional.
Pero, además, en su delirio antinorteamericano, su propósito era consolidar un mecanismo regional que no tuviera presencia ni de Estados Unidos ni de Canadá, por no considerarlos latinoamericanos, además de poder ejercer su total influencia continental gracias a la chequera que usaba como si fuera propia. Por eso es que el ataque a la Organización de los Estados Americanos (OEA) fue permanente y siempre ha sido un objetivo de la izquierda regional ir contra ese organismo cuando las cosas no están de su lado.
La OEA es de las instituciones más antiguas en lo que respecta a la democracia de la región y el Sistema Interamericano en su conjunto es de los más ejemplares y eficientes. El chavismo, y la izquierda en general, no le perdonan a la OEA haber sido una garantía democrática en momentos cruciales y mucho menos le perdonan ahora a su Secretario General, Luis Almagro, haberle devuelto a esa organización su importancia y su rol como veladora institucional del hemisferio.
Hoy no está Chávez, ciertamente, pero siguen los delirios. Tampoco está la petrochequera venezolana, pero sí los vínculos con dinero del crimen internacional. Por eso, Andrés Manuel López Obrador, representante de esa izquierda trasnochada y muy peligrosa, quiere ser el heredero de la propuesta y sacar del juego a la OEA, a Almagro y convertirse en la referencia de lo que representan los tiranos criminales del continente. Su propósito es muy peligroso, aunque sigue siendo el mismo de siempre: pretende igualar a quienes son demócratas con quienes son criminales en el ejercicio del poder. Pretende desafiar al mundo al igualarlos a todos, bajo la supuesta bandera progresista, pero para revivir el mapa rojo de una región que amenaza con dar un terrible viraje si esos demócratas no reaccionan a tiempo.
Por eso es que el hemisferio debe entender su rol frente a la amenaza que se cierne sobre éste. No es aceptable que se siga subestimando ni la naturaleza del enemigo ni su alcance. Esta avanzada de la izquierda es una movida que revela que se están preparando para buscar triunfos electorales este año y el próximo, mientras los demócratas creen que la democracia por sí sola podrá contener a sus enemigos. Se requiere articulación, se requiere consciencia, se requiere determinación. No sólo debe darse un espaldarazo público a la OEA y a su secretario general, sino que debe emplazarse a los líderes latinoamericanos a que sea ese el espacio de discusión para los temas que conciernen a todos como región.
Legitimar los espacios que los tiranos buscan consolidar, sólo les da la razón en su afán de lavarse la cara. Hay que denunciar sus movimientos y frenar sus intentos por acabar con lo que queda de instituciones en el hemisferio. La CELAC no es otra cosa que la instrumentalización del Grupo de Puebla a través de gobiernos de izquierda que buscarán ser más en los próximos meses y que ya han ido ganando espacios como el de Perú.
Más difícil que perder la democracia será no haber hecho nada por salvarla cuando se podía; será haber subestimado a sus enemigos cuando su plan siempre fue claro.