La centroderecha globalista: una conversión silenciosa

La centroderecha globalista: una conversión silenciosa

El nuevo eje está dado por la división entre globalistas y los soberanistas. En el marco del darwinismo social forzado por la nueva agenda valórica de la izquierda internacional —mandatada e impuesta por la ONU—, la derecha adicta al centro se ha adaptado para sobrevivir sumándose rápidamente a las causas globalistas.

El nuevo mapa político en el que se dibuja la superación posmoderna de la clásica dicotomía entre derecha e izquierda ha sido motivo de un sinnúmero de libros, columnas y ensayos, cuyos autores han hecho un esfuerzo reflexivo notable por explicar los cambios en el escenario político de principios de siglo XXI. El nuevo eje está dado por la división entre globalistas —que impulsan un nuevo contrato social de corte totalitario y homogeneizador— y los soberanistas. Estos últimos los encontramos parapetados en las estrechas fronteras entre la etiqueta de fascista, con la que se los persigue y denuesta, y el ataque incesante de los organismos internacionales a las democracias locales y al carácter vinculante de los resultados electorales.

La contienda política actual se parece más a la vieja historia de David y Goliat que a las archiconocidas dinámicas de la Guerra Fría. Al lado de los globalistas están las corporaciones financieras transnacionales, los medios de comunicación, universidades, todo tipo de ONG’s, partidos políticos que dicen ser de centroderecha e, incluso, entidades eclesiásticas. De lado de los soberanistas tenemos a ciudadanos cuyas decisiones democráticas no se respetan, un par de partidos pequeños con escaso margen para la acción —podríamos decir, son los execrados de la esfera pública— y algunos empresarios locales que observan, con angustia, cómo las nuevas regulaciones para lograr la igualdad, la ciudadanía universal y la salvación del planeta, terminarán hundiéndolos en un plazo breve.

Lo específicamente nuevo de este escenario es que, a partir del maridaje marxismo- fascismo (Marx-Schmitt), surge el corporativismo político, dividiendo a las sociedades en amigos y enemigos, separando a las nuevas generaciones de las viejas, diluyendo todo principio de autoridad tradicional hasta el extremo de que los gobiernos no son más que cascarones vaciados del poder que les conferían las urnas, absolutamente irrelevantes frente a la implementación de agendas globales nunca refrendadas por los ciudadanos.

El triunfo del progresismo globalista no solo tiene relación con el exitoso cambio de fórmula: desde el lema <<pan, paz y tierra>> de Lenin a la <<igualdad (sustantiva), inclusión y diversidad>> de los neoinquisidores progresistas. Se suma la pérdida de los puntos cardinales entre derecha e izquierda que, desde la Revolución francesa hasta hoy, permitía al ciudadano ubicarse en el mapa político. Además, ha sido clave la conversión de la centroderecha. Y es que, en el marco del darwinismo social forzado por la nueva agenda valórica de la izquierda internacional —mandatada e impuesta por la ONU—, la derecha adicta al centro se ha adaptado para sobrevivir sumándose rápidamente a las causas globalistas. Ello no tendría nada de malo si lo hicieran a cara descubierta; el problema es que no han dado explicación alguna de su giro político a sus electores.

La conversión silenciosa de este sector político ha sido fundamental para el éxito del globalismo impulsado por la extrema izquierda, porque le ha facilitado el apoyo de ciudadanos totalmente ignorantes del golpe de timón ideológico que ha afectado a sus líderes. Para no quedar en evidencia, usan la estrategia comunicacional de ningunear a quienes les piden explicaciones sobre su adhesión al globalismo acusándolos de “conspiranoicos”, “terraplanistas” y “antivacunas”. Jamás se hacen cargo públicamente de las firmas de su propio puño y letra con las que han consagrado la pérdida de soberanía de sus países. La máxima confesión a la que están dispuestos cobra la forma de un despecho infantil: “¿y qué tiene de malo la Agenda 2030?”, responden a quien los encara. El interlocutor suele quedar estupefacto. Lamentablemente, a pesar de ser una estrategia muy antigua, la retórica y la sofística no son parte del currículum escolar. Apliquemos la misma lógica a la fórmula leninista: ¿qué tienen de malo la paz, el pan y la propiedad de la tierra para la población? Por supuesto que nada… Sin embargo, sabemos que Lenin no trajo la paz a Rusia, sino un inmenso genocidio de quienes se resistieron a su revolución o no aceptaban la ideología marxista, sus valoraciones e imposiciones. Las palabras del propio Lenin en 1918 constituyen un botón de muestra de sus “buenas intenciones”:

Hay que formar inmediatamente una troika dictatorial (usted mismo, Markin y otro), implantar el terror de masas, fusilar o deportar a los centenares de prostitutas que hacen beber a los soldados, a todos los antiguos oficiales, etc. No hay un minuto que perder. Se trata de actuar con decisión: requisas masivas, ejecución por llevar armas, deportaciones en masa de los mencheviques y de otros elementos sospechosos”. (Vidal, César, Paracuellos- Katyn, Un ensayo sobre el genocidio de la izquierda.)

¿Cómo pudo Lenin llegar a tales extremos? A través del mismo camino que la derecha centrista le está pavimentando a la izquierda extremista: destruyendo el Estado de Derecho —antaño con la dictadura del proletariado, actualmente, con la igualdad sustantiva— ; sepultando la democracia constitucional —antes con la revolución violenta, ahora con la captura del Estado por parte de operadores políticos de su sector— , eliminando la división de los poderes del Estado, —en el pasado con la toma violenta del poder, en el presente, avanzando una legislación que horada los cheks and balances—. El jaque mate lo dan destruyendo la soberanía nacional, que siempre se lograba a través de la guerra, hasta que a algún cerebro maligno se le ocurrió usar los organismos internacionales para neutralizar la legislación de cada país y homogeneizarla según las directrices del socialismo del siglo XXI. El camino hacia el totalitarismo no difiere en nada esencial del que se usó a principios del siglo pasado. La pregunta de Lenin es válida para los soberanistas: ¿qué hacer?

Quizás sea hora de desarrollar un combate por la dirección del nuevo monstruo. ¿Cómo? Enfrentando al derecho internacional que horada la soberanía a través del fortalecimiento de la legislación que penalice con cárcel a los traidores a la patria. No cabe duda de que este tipo de iniciativas tendrán caja de resonancia en una ciudadanía cansada de ver la destrucción de su mundo común y pondrán un límite a los apetitos de poder desmedidos de globalistas declarados y encubiertos.

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