Hace poco, un miembro de la institución de Carabineros (policía chilena), el cabo Daniel Palma, fue asesinado por dos delincuentes que tenían un altar satánico en casa, donde adoraban a la muerte.
La llegada del crimen organizado a Chile y su aparición permanente a través de los delitos más horrendos, desde descuartizamientos a canibalismo, plantea preocupaciones e interrogantes hasta ahora ausentes en el imaginario nacional. Uno de ellos, aunque poco discutido es, a juicio del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, el indesmentible vínculo entre el crimen organizado y el satanismo. Algunos de los casos más conocidos son los Narco Satánicos y el Cártel de Houston en México, cuyas prácticas religiosas implican la comisión de todo tipo de monstruosidades afines a sus objetivos espirituales y mercantiles.
La gravedad del hecho está dada en que, en Hispanoamérica, hablar sobre el crimen organizado implica referirse a la izquierda antidemocrática. La alianza entre ambos grupos es evidente desde los tiempos del cambio de giro de grupos terroristas de extrema izquierda dedicados a la revolución, como las FARC o el ELN, a ejércitos protectores de narcos. Esta transformación tuvo por origen el final de la financiación de la revolución comunista por parte de la URSS. La narco-dictadura de Nicolás Maduro es la que mejor representa el modelo político que avanza para la región desde el Grupo Puebla y su Foro de Sao Paulo. Roland Denis, luchador popular revolucionario de larga trayectoria en la izquierda venezolana, filósofo, exviceministro de Planificación y Desarrollo entre 2002 y 2003, en su libro Rebelión en Proceso, confirma la alianza entre el socialismo del siglo XXI y el crimen organizado en los siguientes términos:
Ya entre nuestros corredores nacionales desde un principio se hizo muy difícil reconocer a un vándalo como el constructor de un nuevo orden político social y un contribuyente de altura en el intento indetenible de superar el macabro mundo del imperio capitalista global […]
Es comprensible que la izquierda revolucionaria, tras el proceso de aburguesamiento que afectó a todo Occidente con el triunfo del capitalismo y la democracia constitucional, requiriese de los vándalos y criminales. Y es que, una vez acostumbrados a los beneficios del “maldito capitalismo,” los exguerrilleros, antes fieros combatientes, no se iban a ensuciar las manos con el polvo y la sangre de la revolución. Probablemente, ante la necesidad de contar con un brazo armado violento que hiciera el trabajo sucio, surgió la idea de la alianza con el crimen organizado. Sus miembros, en muchos casos protegidos por organismos internacionales, son los enemigos más acérrimos y aguerridos del orden, la propiedad, la vida, la paz, la inocencia, el mérito y de todo lo que huela a moral y valores cristianos. De ahí que no nos extrañe su adoración a Satanás, símbolo de una majestad pervertida, cuya obsesión por subvertir el orden natural, expresión del Creador, se manifiesta en el mismo exceso de poder de los totalitarismos o las mafias que destruyen todo lo que tocan.
En el marco de la discusión sobre el mal radical y el mal banal, dos categorías propuestas por Hannah Arendt para explicar los hechos acontecidos bajo el totalitarismo nazi y el estalinista, Karl Jaspers reflexionaba en cartas dirigidas a la pensadora: “Una culpa que trascienda toda culpa criminal inevitablemente tiene una veta de “grandeza”, de grandeza satánica, que es para mí tan inapropiada como toda la charla sobre el elemento “demoníaco” en Hitler y esas cosas. Me parece que tenemos que entender esos fenómenos en su total banalidad, en su trivialidad prosaica, porque eso es lo que los caracteriza realmente”.
La tendencia de los filósofos a racionalizar todo tipo de fenómenos puede ser necesaria, aunque parece que deja de fuera la dimensión psíquica, fundamental en estos tiempos posmodernos. En simple, no se trata de establecer la existencia del demonio y hacerse cargo de su nefasta influencia en los asuntos humanos, sino de personas de carne y hueso que creen en él y de las implicaciones que ello conlleva para nuestro mundo común.
Le propongo que haga la prueba de googlear palabras como iglesia satánica, Satanás y perversión, los mandamientos de la iglesia satánica e incluso bajar gratis la biblia satánica. Se sorprenderá al comprobar que la mayor parte de la información es bastante positiva. En el artículo que hace la BBC al líder de la iglesia satánica en Estados Unidos usted podrá leer, sin ningún ánimo de crítica, a uno de los fundadores, Lucien Greaves, defendiendo la estatua de Baphomet como un complemento de los valores cristianos, “un faro llamando a la compasión y a la empatía entre las criaturas vivientes”. Todo muy razonable, integral, victimista, inclusivo y, en resumen, posmoderno. Estamos ante el uso progresista del oxímoron para el ejercicio de la deconstrucción, en el caso del satanismo, de una de las expresiones más importantes de la norma binaria en nuestra civilización: la distinción entre el bien y el mal. Otras expresiones de la misma norma son, salud/enfermedad, hombre/mujer, humano/otras especies, niño/adulto, padre/ hijo, etcétera.
Dijimos anteriormente que a Satanás se le identifica con la obsesión de subvertir el orden natural. Lo que descubrió la nueva izquierda fue que ello es posible si se cambia la norma natural ordenadora de la vida humana. Ya nos referimos a la norma binaria. Esta debe ser reemplazada por la norma trans, partera del nuevo hombre que Deleuze y Guattari describen en los siguientes términos: “No es simplemente bisexuado, ni intersexuado, sino trans-sexuado. Está trans-vivomuerto, es trans-padrehijo. No identifica dos contrarios, sino que afirma su distancia como lo que les relaciona en tanto que diferentes” (El AntiEdipo). También puede ser trans-nacional, trans-edad y trans-especie y, al revés de lo que plantea la academia y los eruditos, está lejos del materialismo. Los mismos autores afirman que en el mundo del nuevo homo natura, que ellos identifican con el esquizo, al Dios cristiano hay que reemplazarlo por Baphomet:
Por esta razón, el Dios esquizofrénico tiene muy poco que ver con el Dios de la religión, aunque se ocupen del mismo silogismo. En Le Baphomet, Klossowski, al Dios como señor de las exclusiones y limitaciones de la realidad que se deriva de él oponía un anticristo, príncipe de las modificaciones que, por el contrario, determina el paso de un sujeto por todos los predicados posibles. Soy Dios no soy Dios, soy Dios soy Hombre: no se trata de una síntesis que en una realidad originaria del Hombre-Dios supere las disyunciones negativas de la realidad derivada, se trata de una disyunción inclusiva que realiza ella misma la síntesis derivando de un término a otro y siguiendo la distancia. No existe nada originario. […] Lo que cuenta no son las denominaciones parentales, ni las denominaciones raciales o las denominaciones divinas. Tan sólo importa el uso que se hace de ello. Nada de problema de sentido, sino tan sólo de uso. Nada de originario ni de derivado, sino una derivación generalizada. Podríamos decir que el esquizo libera una materia genealógica bruta, ilimitativa, en la que puede meterse, inscribirse, y orientarse en todos los ramales a la vez, en todos los lados. Derriba la genealogía edípica.
Quizás alguien reclame que se trata de un reemplazo simbólico. No cabe duda de que este es un tema que requiere de muchas páginas para ser explicado en toda su profundidad, por lo que estoy escribiendo un libro al respecto. Sin embargo, ante la premura de nuestros tiempos y en medio de esta guerra cultural, urge prender las alarmas ante el proceso de destrucción de la matriz de los valores cristiano-occidentales y de la emergencia del mayor de los oxímoron; transformar la iglesia satánica y su praxis en una religión entre otras religiones, dado que el tipo de vida que se sigue de ella es el de la barbarie de las mafias o la de los totalitarismos. En ambos casos se trata en última instancia de la destrucción del Reino de Dios. En palabras del mismo Marx:
Si hay un algo que devora, saltaré dentro de él, aunque lleve el mundo a la ruina. El mundo se interpone entre el abismo y yo. Me romperé en pedazos con mis permanentes maldiciones. Echaré mis brazos alrededor de su dura realidad, abrazándome, el mundo torpemente pasará, y entonces se hundirá en la completa nada, muerto, sin ninguna existencia – eso sería verdadera vida. (Oulanem, Marx)
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