Laclau enseñó a los líderes de Podemos a ser flexibles y a coquetear con la heterodoxia dentro del mundo comunista y de él también aprendieron que, para imponer sus tesis y su modelo de gobierno despótico, debían encontrar la forma de vaciar de sentido las instituciones fundamentales de nuestro régimen democrático y liberal.
La izquierda populista latinoamericana, en la que siempre se ha sentido como pez en el agua nuestro vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, ha comenzado un proceso de reorganización internacional que va a afectar, con toda seguridad, a la España democrática.
Escribo estas líneas horrorizado al comprobar cómo esta semana, el secretario general y líder de Podemos, Pablo Iglesias, aprovechaba una visita junto a nuestro monarca constitucional para, desde Bolivia, suscribir la conocida como Declaración de La Paz.
En ella y bajo el epígrafe de “En defensa de la democracia” toda una serie de líderes de la izquierda radical mundial aprovechaban para cargar contra ese fantasma que, politológicamente, no significa nada como es la ultraderecha.
Aquellos que nos hemos criado intelectualmente leyendo a grandes historiadores de las ideas como Pierre-André Taguieff o Pedro Carlos González Cuevas sabemos que, si bien el concepto de extrema derecha resulta problemático (aunque pueda entenderse como aquellas derechas que rechazan someterse a las reglas de la democracia liberal y que son partidarias del asalto violento al poder), el de ultraderecha (que, con tanta fruición usan nuestros políticos de izquierdas) no goza de ninguna teorización solvente.
Y, sin embargo, Evo Morales, Alberto Fernández, el infausto Zapatero, Pablo Iglesias, el condenado Rafael Correa, Alexis Tsipras, Jean-Luc Mélenchon o la eurodiputada del Bloco, Catarina Martins, se nos presentan en dicha declaración como defensores de “la democracia, la paz, los derechos humanos y la justicia social” frente a un imaginario “golpismo de la ultraderecha”.
Cualquier teórico de la democracia que se precie de serlo debería preguntarse, pues, de qué democracia estamos hablando. Si repasamos entre la genealogía intelectual del secretario general de Podemos encontraremos su más que visible afición a las obras de Palmiro Togliatti (secretario general del Partito Comunista Italiano) quien, ya en los años 40 en su famosa svolta di Salerno, acuñó el concepto de Democrazia progressiva como mecanismo para disputarle a “los burgueses” el concepto de democracia.
Iglesias, como también su ex íntimo amigo Íñigo Errejón, leyeron o afirmaron leer con fruición durante sus años de formación al teórico argentino Ernesto Laclau. Éste, con su teoría del significante vacío, les enseñó que, tal y como afirmó el propio Iglesias en unas jornadas organizadas por las Juventudes Comunistas de Aragón: “La palabra democracia mola, por lo tanto, habrá que disputársela al enemigo cuando hagamos política. La palabra dictadura no mola, aunque sea dictadura del proletariado, no mola nada, no hay manera de vender eso aunque podamos teorizar que la dictadura del proletariado es la máxima expresión de la democracia en la medida en que aspira a anular unas relaciones de clase injustas […]”.
Laclau enseñó a los líderes de Podemos a ser flexibles y a coquetear con la heterodoxia dentro del mundo comunista y de él también aprendieron que, para imponer sus tesis y su modelo de gobierno despótico, debían encontrar la forma de vaciar de sentido las instituciones fundamentales de nuestro régimen democrático y liberal, ya fueran estas la monarquía constitucional o la separación de poderes.
En este contexto ideológico, con un Partido Socialista que parece que ha dejado de mirar a la socialdemocracia como referente, es en el que, a mi juicio, debería interpretarse esta declaración y su tramposa defensa de la democracia, como un mecanismo más de latinoamericanización y un paso importante en el avance de la deriva populista de la izquierda de nuestro país.