El domingo 8 de agosto de 1897, el diario La Época, portavoz del Partido Conservador, abría la publicación vespertina con el siguiente titular: Asesinato del señor Cánovas. El periódico expresaba en su página de apertura “primero el asombro, inmediatamente después el dolor amargo y desesperado ante la suprema caída. A la grandeza del hombre ha correspondido la grandeza de la muerte. Derrúmbase el coloso en plena lucha por la patria y por el deber”.
Las siguientes líneas del diario entraban en detalle en los sucesos que se conocían en ese momento. El crimen se había producido durante un retiro del presidente en el balneario de Santa Águeda, situado en la localidad guipuzcoana de Mondragón. A la una del mediodía, según contaba La Época, Cánovas, después de haber asistido a la misa dominical en una parroquia cercana al balneario, se encontraba en la galería leyendo la prensa diaria cuando fue “objeto de una infame cuanto cobarde agresión”. Continúa narrando que, mientras el presidente se encontraba abstraído en su lectura, otro bañista, llegado varios días antes, sacó un revólver y disparó contra “el ilustre hombre de Estado”, impactando una bala en la frente y otra en el pecho del político malagueño. Testimonios posteriores indican que los disparos fueron tres, impactando otro más en la yugular.
Los testigos del crimen se lanzaron a detener al asesino, el anarquista italiano Michele Angiolillo, y levantaron al moribundo presidente del suelo. Herido de muerte, fue trasladado a una de las habitaciones del balneario donde el Sr. Juste, médico del establecimiento, no pudo más que certificar lo evidente: la vida se le escapaba de forma inevitable a Cánovas del Castillo. La crónica nos cuenta que sus últimas palabras antes de fallecer, poco después de las dos de la tarde, fueron: “¡Viva España!”.
El magnicidio de Cánovas copó las páginas principales de los periódicos nacionales de diferente índole. La Gaceta de Madrid, órgano de comunicación del Estado, lamentaba en su número del 9 de agosto de 1897 la pérdida que había supuesto para la nación y alzaba la voz de forma “unánime, universal é indignada protesta contra el odioso crimen, que ha privado á la Patria y á la Monarquía de los servicios que todavía podían esperar de quien tantos y tan extraordinarios les había prestado en larga y gloriosa carrera”. Otro ejemplo sería el plasmado en las páginas de El Liberal del 9 de agosto de 1897, en las que Sagasta y el general Martínez Campos incidían en la grave pérdida que había supuesto para la patria el asesinato del malagueño.
Es llamativo que incluso periódicos como El Motín, de corte republicano y anticlerical, también publicó un artículo el 14 de agosto de 1897 condenando el asesinato del que había sido uno de los hijos más “preclaros” de España.
Los ejemplos son muchos y que medios de diversa índole e ideología en España manifestaran su condena hacia el crimen, indicaba la conmoción que había causado en la sociedad su muerte violenta. Los sucesos dejaban además múltiples cuestiones abiertas de suma importancia para una España que se encontraba inmersa desde 1895 en guerra contra los rebeldes cubanos, apoyados por Estados Unidos. De hecho, Cánovas del Castillo, junto a Antonio Maura y a Buenaventura Abárzuza, se encontraban en ese momento realizando una serie de textos políticos relacionados con otorgar una mayor autonomía a la isla. Otros asuntos quedaban abiertos como la situación del Partido Conservador, el sistema político surgido de la Constitución de 1876 o la violencia anarquista, que volvería a incrementarse a comienzos del siglo XX.
En cuanto a su asesino, el anarquista Michele Angiolillo, se le suele vincular a insurgentes cubanos afincados en París y en Londres. Sus intenciones podrían haber pasado por cometer una serie de atentados más hacia otros políticos y miembros de la Familia Real, como el joven Alfonso XIII. También fue explicado su ataque como una venganza por los detenidos y juzgados tras los ataques terroristas en el Liceo de Barcelona del 7 de noviembre de 1893, contra el general Martínez Campos en junio de 1896 y durante la procesión del Corpus en Barcelona el 7 de junio de 1896. El destino de Angiolillo fue la condena a muerte mediante garrote vil, ejecutada en la cárcel de Vergara el 20 de agosto. La actuación del Consejo de Guerra fue contundente con la sentencia, pero la investigación sobre la posible autoría intelectual no arrojó en ese momento demasiada luz sobre el asunto, lo que no hizo más que alimentar los rumores sobre los posibles incentivos que tenían los insurgentes cubanos, estadounidenses o la oposición política de España para acabar con su vida.
Los restos de Cánovas del Castillo descansan en la actualidad en el majestuoso Panteón de España -o de Hombres Ilustres- de Madrid. Allí comparte espacio con otros presidentes españoles que han sido víctimas de atentados anarquistas que les costaron la vida como José Canalejas y Eduardo Dato.
De Cánovas se puede destacar que fue uno de los máximos exponentes del conservadurismo político español y de la Restauración, sentando las bases y abriendo paso al régimen constitucional monárquico. Es cierto que el sistema ideado por Cánovas tenía carencias e irregularidades, pero destaca su talante y valía económica, su moral patriótica y su capacidad para leer y solucionar situaciones tan complicadas como la de Cuba, abogando por la concesión de una mayor autonomía. Su idea de la unidad y centralización de España se antojaba también necesaria en ese momento para homogeneizar el país y dotar de un mismo estatus legal a sus ciudadanos. Así pues, sobre Cánovas se pueden tener opiniones diversas, pero a la que analizamos su figura, pronto comprobamos su calidad política, muy diferente y elevada en comparación con el resto políticos decimonónicos españoles. Sus contemporáneos lo sabían y el propio Sagasta afirmó tras morir Cánovas que, en ese momento, ya “podemos tutearnos todos”.