El triunfo de Javier Milei como presidente de Argentina marca varios hitos históricos.
No se trata únicamente de un candidato con una de las mayores votaciones en la historia del país, sino del primer presidente libertario del mundo. Los problemas de Argentina son múltiples y muchos los comparte con los demás países de la región. Desde la ciencia política podemos analizarlos en bloque y
preguntarnos si es en el libertarismo donde encontraremos la respuesta adecuada a su solución.
El primer desafío es el Estado predador, capturado por una casta política que incluye a grandes empresarios locales y transnacionales, a burócratas, medios de comunicación y políticos, realidad casi sin excepción en Hispanoamérica. En los países que aún exista democracia, la respuesta libertaria parece ser el único medio para quebrar con las redes clientelares entre políticos y ciudadanos, empresarios y operadores que pululan desvergonzados por las distintas instituciones cobrando sueldos millonarios a cambio de hacer nada. ¿Cuál es el rasgo específico de un candidato libertario como Milei que sirve de respuesta al problema de la casta y su captura del Estado, el mercado y de la libertad de los ciudadanos?
La clave, a juicio de Murray Rothbard, padre intelectual de los libertarios, es la emergencia de un candidato carismático, capaz de fisurar el monopolio del discurso socialdemócrata; en palabras de Milei, “despertando leones”. Rothbard afirma que el líder debe: “apelar a las masas por encima de las cabezas del Estado y de su escolta intelectual. Y este llamamiento puede ser realizado de forma más efectiva por el demagogo, el hombre rudo y sin pulir del pueblo, que puede presentar la verdad en un lenguaje simple y efectivo, aunque emotivo. Los intelectuales lo ven claramente, y por eso atacan constantemente cualquier indicio de demagogia libertaria como parte de una «creciente marea de antiintelectualismo»”. (Murray N. Rothbard, In Defense of Demagogues).
Cuando nos referimos al líder libertario y su emergencia estamos hablando del paso fundamental, la primera piedra de la gesta que es alcanzar el poder ya logrado por Milei. El objetivo ideológico de esta fase es dejar en evidencia que el peligro ya no estriba en la expropiación de los medios de producción y la planificación centralizada de la economía, puesto que los socialdemócratas se empeñan en capturar las fuerzas de la sociedad y la libertad económica a su favor, regulándola y controlándola para que opere al servicio del Estado. Estamos ante el colectivismo que Milei, desde el podio presidencial, denuncia no solo como una estructura de ordenamiento social en la que los políticos son “dioses” y los ciudadanos están a su servicio. Además, son esos mismos “dioses” los que destruyen las vidas de millones de personas en el marco de una impía alianza del establishment político, los “empresaurios” que se benefician de sus relaciones con los legisladores para ahogar la libertad de mercado y los medios de prensa siempre serviles al poder de turno. Ser elegido presidente en estas circunstancias es heroico, pero es solo el comienzo. El siguiente desafío es conservar el poder por el tiempo necesario para la implementación de las reformas económicas e institucionales. Hoy en día esa permanencia en el poder se ve permanentemente amenazada por grupos de la izquierda antidemocrática aliada al crimen organizado y al globalismo.
Tras los casos de Chile, Colombia, Ecuador y Perú (2019), queda claro que existe una estrategia a nivel regional para desestabilizar los gobiernos democráticos y todo tipo de éxito económico y político de quienes no forman parte de la izquierda internacional. En este momento se prepara la revolución molecular en Argentina con el mismo fin. El gobierno de Javier Milei no lleva ni siquiera un mes ocupando la Casa Rosada y ya es víctima de una serie de amenazas de la izquierda que se ha cubierto con el pseudónimo de ser “la calle” para, bajo el manto de la impunidad, dar golpes de Estado y quitar gobiernos.
Planteado en términos pragmáticos, a pesar de que el libertarismo y su propuesta económica sí dan resultados en el mediano y largo plazo, la pregunta de fondo radica en si estas reformas son posibles en democracias cuyo Estado de Derecho lo ha pulverizado la captura política del Poder Judicial, la emergencia violenta de la extrema izquierda en las calles bajo el disfraz de ciudadanos molestos y la permanente intromisión de ONG, incluidos los tentáculos de la ONU que tornan imposible el mantenimiento de la paz, la seguridad y el orden, pilares fundamentales del desarrollo y la inversión. La receta es siempre la misma: organizar piquetes que se confunden con ciudadanos cuya protesta es legítima y avanzar el caos, la destrucción y con ellos el hambre y la inseguridad. Es en este punto del conflicto político hispanoamericano donde pocos saben que la solución al problema solo puede ser libertaria. La confusión estriba en el hecho de que sería contradictorio reducir el tamaño del Estado y debilitar al Leviatán como lo plantean los libertarios cuando, al mismo tiempo, se requiere de inyecciones de ingentes recursos al aparato represor para lograr la paz social a través de un aumento importante de la coerción.
Antes de hacernos cargo de la respuesta vale la pena describir el modus operandi de esta verdadera neutralización de la autodefensa de los Estados por parte de la extrema izquierda, tanto nacional como global, aliada de los capitales transnacionales y al crimen organizado. Explicaré cómo funcionó en Chile con el golpe de Estado en 2019 al presidente Piñera. Naturalmente, la extrema izquierda esperó a que se dieran las condiciones de malestar social propicias para encubrir su revolución. Así, mientras la gente salía en masa a reclamar por los abusos de la casta política, los revolucionarios concretaban su golpe tanto en el Parlamento como con la destrucción de ciudades, que fueron arrasadas por la violencia, el fuego y el crimen. En medio de la tormenta el Gobierno solo pudo contar con la escuálida defensa de Carabineros dado que, con la lección aprendida, los miembros de las Fuerzas Armadas perseguidos por el Poder Judicial durante los últimos 30 años declararon a través del general, Javier Iturriaga -autoridad a cargo del estado emergencia en la región Metropolitana-, no estar en guerra con nadie. De ahí en adelante Carabineros hizo frente a la insurrección sin mayor apoyo y ante cualquier herido de gravedad, que, por supuesto no fuera un uniformado, aparecían las organizaciones de DD.HH. a amenazar con juicios internacionales por crímenes de lesa humanidad a las autoridades. En síntesis, el Gobierno fue neutralizado, más de un cuarto de la institución de Carabineros querellada por organismos de DD.HH. -muchos de ellos hoy están presos- y los criminales golpistas fueron indultados por el nuevo Gobierno y premiados con pensiones de gracia de por vida.
Cualquier observador con un mínimo de suspicacia dudaría de la existencia de un régimen democrático tras la descripción de los hechos que he realizado, puesto que la izquierda antidemocrática simplemente no permite la alternancia pacífica de quienes ocupan las posiciones de poder. Volvamos a la pregunta sobre si los libertarios ofrecen una solución a este problema y, como ya adelanté, mi respuesta es afirmativa. Y es que el libertarismo se hace cargo de los dos vértices centrales que nutren el conflicto en cuestión. En el plano teórico ataca la convicción de la socialdemocracia de que para obtener paz social es necesario redistribuir. Este tipo de ideas están destinadas al fracaso no solo por la insaciabilidad del ser humano, sino, además, porque la redistribución misma es un fiasco que termina por beneficiar a la casta política y empobrecer a los ciudadanos. El otro vértice lo encontramos en el plano pragmático y es la propuesta libertaria del libre porte de armas. Muchos podrán escandalizarse, pero la realidad es que las estructuras tradicionales del Estado se han visto ampliamente sobrepasadas por los nuevos revolucionarios y la captura que la izquierda ha hecho de los organismos internacionales y el Poder Judicial. Ante un Estado fallido la propuesta libertaria ofrece una ruta distinta a la histórica: ya no será necesario elegir entre apoyar una dictadura de izquierda o de derecha. Con la teoría libertaria como norte podemos enfrentar a la izquierda totalitaria transformando cada hogar, barrio, almacén y escuela en una trinchera de la que no pueda salir incólume. Y es que, si estamos de acuerdo con que todo individuo tiene derecho a poseer su persona y su propiedad, también consentiremos que tiene derecho a emplear la violencia para defenderse de la violencia de sus agresores, sobre todo, cuando el Estado haya sido neutralizado y capturado por los poderes globalistas que hace demasiado tiempo arrasan y debilitan el Estado de derecho, las democracias y la libertad.
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