Maura: la derecha democrática y la izquierda suicida

Maura: la derecha democrática y la izquierda suicida

La izquierda española no puede evitar el comprenderse a sí misma como incompatible con las opciones de derecha. Necesita acabar con ellas, aun a costa de demoler el sistema democrático y, de paso, destruirse a sí misma.

A principios de siglo, la derrota ante Estados Unidos había dejado a España frente a una realidad muy curda. Al mismo tiempo, con el nuevo reinado de Alfonso XII, había llegado la hora de democratizar la Monarquía constitucional. Entonces la derecha se adelantó con un proyecto nuevo. Cánovas había establecido las bases de la consolidación del liberalismo, después de los dos fracasos sucesivos de la revolución progresista y el republicanismo federal. Ahora, recién iniciado el siglo XX, fue Antonio Maura el que propuso una renovación política. Lo hacía desde la continuidad histórica, con un proyecto centrado a la vez en la Constitución de 1876, en el sistema bipartidista heredado de la Regencia, en la Corona -representación de la España histórica-, y en la confianza en la sociedad española para modernizarse desde dentro, sin ruptura.

En el centro de este proyecto está el ciudadano, un concepto y una realidad política a los que Antonio Maura daba una importancia capital. La democratización del liberalismo exigía una toma de conciencia por parte del conjunto de los españoles, que debían acceder a la dimensión política que les constituía como españoles, y movilizar su dimensión política. El proceso era extraordinariamente complejo porque entre el liberalismo y la democracia la continuidad no se produce naturalmente. En pleno triunfo, el liberalismo había dado a luz a fenómenos nuevos e imprevistos: la irrupción de las muchedumbres, el gobierno de las elites convertido en escaparate de la corrupción (lo que aquí se llamó caciquismo y oligarquía, fenómeno común a todos los sistemas liberales, incluidos los republicanos), la politización de sectores de población hasta ahí neutros, la presencia de fuerzas revolucionarias, como las anarquistas, la consolidación de organizaciones de clase ajenas y hostiles a la democracia (no digamos ya al liberalismo) como el PSOE y la UGT y el surgimiento del nacionalismo, un proyecto de respuesta directa a la crisis basado en la creación de naciones nuevas, excluyentes y fanatizadas -brutalizadas por emplear la expresión del historiador George L. Mosse.

Algunos de estos problema eran propiamente españoles, como la presencia del anarquismo masivo y el de un socialismo sindicalista y antidemocrático. Y sin embargo, incluso estos elementos castizos forman parte de una crisis general europea. Por eso Antonio Maura, ajeno a las tentaciones nacionalistas, a las de ensimismamiento y a las del europeísmo provinciano tan propios de las elites intelectuales de su momento, busca la renovación en el propio sistema liberal y en la sociedad española. El primer intento de democratización de la Monarquía constitucional vino de su mano: un neoconservador (por haber militado antes en el Partido Liberal), consciente del pluralismo español (con raíces en Mallorca) pero intransigente con su unidad y, finalmente, consciente de que unas instituciones respetadas y fuertes eran la mejor garantía para sortear aquella crisis.

Se le respondió, es bien sabido, con el “¡Maura, no!” que resume toda una estrategia política. El “¡Maura, no!” iba mucho más allá del gesto de oposición: era el resumen de un programa político para un momento en el que la izquierda, que había dejado atrás la aportación de Sagasta, carecía de proyecto. La caída de Maura se convirtió en un objetivo de por sí… lo que traía la demolición del único proyecto viable de democratización. Cuando el liberalismo presentó el suyo, con Canalejas, el sistema estaba desestabilizado y se habían abierto heridas difíciles de cerrar. El asesinato de Canalejas, retrospectivamente y por la crisis que abrió, iluminó la profundidad del daño causado con la defenestración de Maura.

Después de aquello, la posición y la evolución de Maura subrayaron algunos de sus defectos previos: la excesiva generosidad con la que había contemplado el nacionalismo catalán (incluido el conservador encarnado por Cambó), su desdén olímpico producto de la conciencia de su talla política, su poca disposición a construir un partido conservador moderno a la altura de su proyecto… Todo esto hizo de un carácter genuinamente conservador, de los conservadores que buscan la adaptación a la circunstancia para salvar lo mejor del legado recibido, un carácter problemático y con dificultades para aportar soluciones a la evolución de la situación política. Siempre relevante, eso sí, y siempre escuchado como lo que había sido y lo que significaba.

Antonio Maura encabezó el primer intento de democratización del liberalismo. No fue el único que intentó hacerlo desde la derecha. Dato adoptó una estrategia distinta, como distinta fue la propuesta de Lerroux y la de Gil Robles durante la Segunda República. Ninguna de las tres acabó bien, sometida cada una de ellas a maniobras de desestabilización y de derribo que, en particular en los dos últimos casos, llevaban aparejado el objetivo de hacer imposible una alternativa de derechas. Así no sobrevive ninguna democracia liberal, que necesita el pluralismo y la posibilidad de la alternancia.

Crear un instrumento válido para la alternancia desde la derecha, con una opción propia, articulada, coherente, en la tradición de lo que intentó en su momento Maura y luego, también en la Monarquía parlamentaria, hicieron otros partidos, no es sólo una cuestión partidista. Es también una cuestión de supervivencia del propio régimen. Si no existe la primera, este está condenado.

Conviene también tener en cuenta lo que se manifestó entonces -antes lo había hecho en el progresismo decimonónico- y que no ha dejado de estar presente después. Conocemos otras variaciones, no muy lejanas, sobre el tema del “¡Maura, no!” Ahora mismo sufrimos las consecuencias de una de ellas. Y es que la izquierda española no puede evitar el comprenderse a sí misma como incompatible con las opciones de derecha. Necesita acabar con ellas, aun a costa de demoler el sistema democrático y, de paso, destruirse a sí misma. Lo sectario, que le es intrínseco, va unido a la pulsión suicida. Antes de que gobiernen sus rivales, cualquier cosa. Es el principal problema de la política española.

Entradas Relacionadas