Su carrera, marcada por el éxito electoral, no está contribuyendo al desarrollo de una democracia de calidad en El Salvador.
El Salvador sufrió una guerra civil de más de doce años durante las décadas de los ochenta y noventa. En enero de 1992, gracias a los Acuerdos de Chapultepec, el país firma la paz iniciando la aventura democrática, en riesgo en estos momentos. La transición a la democracia generó grandes esperanzas, pues muchos esperaban que la nación comenzase un proceso de modernización y desarrollo que sacase a un gran número de personas de la pobreza. El mapa político de la época produjo un bipartidismo (casi perfecto) con un gran partido en la derecha del espectro político, la formación Alianza Republicana Nacionalista (ARENA); y el peligroso Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), resultado de la fusión de varios partidos de izquierda y organizaciones guerrilleras. Ambas formaciones se repartieron el poder durante las tres últimas décadas hasta la irrupción de Nayib Bukele en junio del año 2019.
Bukele es, cuando menos, un personaje difícil de etiquetar. Su pasado como hombre de negocios le podría mostrar frente a la ciudadanía como un candidato de derechas. Sin embargo, su carrera política se encuentra ligada a la izquierda. El político salvadoreño inicia su andadura como alcalde de Nuevo Cuscatlán, un pequeño municipio. Dicho puesto lo ocupó gracias a una coalición formada por el FMLN y el Centro Democrático (CD), otro partido de izquierdas. Es ahí donde Bukele comienza sus ataques a las élites tradicionales, fortaleciendo con ello su perfil como cacique local. Esa fama provoca que en el año 2015 Bukele se proponga como candidato de San Salvador, la ciudad capital. Nuevamente, gana la elección fruto de una coalición entre el FMLN y el Partido Salvadoreño Progresista. Otra vez, resultado del acuerdo entre formaciones de izquierda.
La gestión al frente de la capital, antesala para la presidencia del país, estuvo marcada por el personalismo. Un líder que poseía la capacidad para conectar con la ciudadanía y que manejaba una comunicación política más eficaz que la de sus rivales. Durante su periodo como alcalde de San Salvador, Bukele construyó su imagen y su marca. Los mensajes eran claros: Los políticos nos roban, las instituciones se encuentran corruptas y soy el único capaz de resolver dicha situación, siempre que el pueblo me de el apoyo necesario.
Nayib Bukele se ha formado frente a los partidos, no al interior de los mismos. Ha instrumentalizado las organizaciones, en este caso y sobremanera el FMLN, para ir copando posiciones de poder y protagonismo personal. El paso final hacia la carrera presidencial tuvo lugar en julio de 2018, cuando el ya famoso Bukele anuncia a la población que se presentará a las elecciones presidenciales del tres de febrero de 2019 con el Partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), una organización conservadora y de derechas.
Los resultados acompañaron a Bukele, pues obtuvo una mayoría absoluta en primera vuelta (53.10% de los votos) y no hubo necesidad de acudir nuevamente a las urnas en una segunda ronda. Ganó arrollando a sus adversarios, al estilo de Andrés Manuel López Obrador en México. La historia de Nayib Bukele está marcada por el éxito. Siempre que ha participado, ha ganado. Al mismo tiempo, él es su propia marca. Es decir, no se habla de partido, ni de equipos o gabinetes. Eso, la necesidad de un partido, se resolvió parcialmente antes de ganar las elecciones, pues Nuevas Ideas, dirigido por su primo Xabier Zablah Bukele, aparece en escena legalizado en agosto de 2018.
¿Es peligroso Nayib Bukele? Honestamente, sí. Además del éxito, lo que muestra el viaje político que acabamos de describir es un culto exacerbado a la personalidad, al caudillo. Nayib Bukele se gusta mucho a sí mismo, y lo anterior no parece funcionar mal ni electoral ni socialmente. Pero además de un problemático amor por sí mismo, Bukele contribuye activamente y día a día a la erosión de las ya débiles instituciones salvadoreñas. Esta actitud está provocando que El Salvador, de forma progresiva, transite de una democracia electoral de baja calidad a una autocracia electoral, liderada por un presidente con ansias de poder y pocos escrúpulos.
En febrero del año 2020, Bukele irrumpía en la sede del poder legislativo acompañado por militares armados con rifles de asalto. La idea era influir en la votación, obligando a los diputados a votar en favor de un presupuesto especial sobre seguridad. Obviamente, nadie niega la necesaria inversión en seguridad que debe producirse en El Salvador. Pero no parece que la invasión del Congreso de los Diputados por parte del Presidente y de varios militares contribuya a la generación de confianza. Tampoco de seguridad…
A finales de febrero de 2021, tuvieron lugar elecciones legislativas y fue allí donde Bukele recogió los frutos que el show del Congreso le había portado. La victoria fue apabullante y Nuevas Ideas, su partido, consiguió 56 de los 84 escaños en juego. Lo anterior, solo facilitó el camino para adquirir el poder absoluto. Y como sabe nuestro lector recordando la frase de Lord Acton “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Ya en posesión del Ejecutivo, Bukele logró capturar con éxito el legislativo. La estrategia de este joven pero hábil político finaliza cuando copa el poder judicial. Y esto tuvo lugar a inicios del mes de mayo, cuando el Presidente dio orden a sus diputados de destituir a cinco jueces de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y del titular de la Fiscalía General del Estado. A día de hoy y resultado de lo anterior, la división de poderes brilla por su ausencia en El Salvador. Tampoco podemos decir que existan instituciones y contrapesos de calidad. Por tanto, se ha pavimentado el camino hacia el autoritarismo.
A Bukele le encanta “somatar la mesa”. Lo interesante es que se trata de un caudillo de nuevo cuño, pues disfruta de unos niveles de aprobación popular muy elevados. Veamos cómo evoluciona El Salvador y qué acciones tomará el país frente a China o los Estados Unidos. Debemos tener presente que, a pesar de su imagen, de su retórica anti-élite y de su capacidad para establecer y cultivar relaciones con personas de la cultura, etc., Nayib Bukele nunca ha mostrado respeto ni por las instituciones ni por el imperio de la ley. Su carrera, marcada por el éxito electoral, no está contribuyendo al desarrollo de una democracia de calidad en El Salvador. Todo lo contrario, sus acciones e ideas están generan una mayor inestabilidad, dificultando aún más la situación existente en el triángulo norte centroamericano.