El aborto, ¿ nuevo valor europeo de obligado cumplimiento?

El aborto, ¿ nuevo valor europeo de obligado cumplimiento?

Varsovia y Budapest están pagando muy caro su osadía al defender sus competencias y oponerse a la ideología dominante con el bloqueo de sus fondos de recuperación (24 y 7 billones de euros respectivamente) que ya han fluido por tantos Estados miembros.

Francia acaba de tomar el mando de la Unión Europea hasta junio. Con la campaña electoral francesa como telón de fondo, el actual mandatario y futuro candidato Emmanuel Macron ha acudido al Parlamento Europeo a presentar sus prioridades y predicar, ufano y jugando en casa, su muy mesiánica visión de Europa. Con su habitual elocuencia y su gusto por el relato, enunció un programa que no se puede cumplir, ni de lejos, en los escasos seis meses de su presidencia. No le faltó la ya cansina mención al Estado de derecho y a la democracia “iliberal” apuntando sin nombrar a Polonia y Hungría, habló de soberanía europea, de migración y (como no) de cambio climático. Pero sobre todo, se descolgó, con una propuesta que no estaba en el guion: añadir el aborto en la Carta Europea de Derechos Fundamentales.

Una propuesta con escaso recorrido, un gesto para la galería para mayor regocijo del muy políticamente correcto Parlamento europeo. Pero sobre todo, una inmensa aberración. Macron la lanzó como lo que es, un brindis al sol en plena campaña electoral francesa amén de un ataque en toda regla contra la nueva presidenta de la asamblea europea, la maltesa Roberta Metsola, una persona que cumple con todos los requisitos para ser adulada por los círculos europeos (mujer, joven, ferviente defensora de las minorías sexuales) pero que adolece de un imperdonable defecto: como casi toda la sociedad maltesa, es contraria al aborto. Un crimen de lesa-progresía que casi le cuesta su puesto y que dio pie a que Macron la humillara en su propia casa.

Pero más allá de este mediocre y cínico tacticismo electoral, la propuesta de Macron es, insisto, ante todo, una deplorable aberración y una muestra más de la deriva ideológica de la UE. Por varias razones. En primer lugar, porque elevar el aborto al rango de derecho fundamental inscrito en una declaración de derechos humanos es una infamia con la que ni siquiera Francia (país en el que el aborto es un tótem social) se ha atrevido.

En segundo lugar, porque el gesto de Macron es una prueba más de la creciente tendencia a ilegalizar opiniones disidentes, aunque sean perfectamente legítimas y democráticas. El fanatismo que ha demostrado el gobierno español criminalizando el derecho a la vida también se palpa en Europa.  En junio pasado, el Parlamento europeo adoptó el informe Matic, una oda al aborto como derecho fundamental y un ataque frontal a la libertad de consciencia y de expresión.

Y finalmente, porque esta propuesta es una aberración jurídica y una violación descarada de los principios de subsidiariedad y atribución de competencias, las reglas más básicas del juego europeo. Recordar que la UE solo tiene las competencias que los Estados le han otorgado, y que sólo las ejerce si está mejor situada que éstos para hacerlo, es como decir que el futbol se juega con los pies, y no con las manos. Poner el aborto en la agenda europea es exactamente como decretar que “yo” puedo jugar al fútbol con las manos, “porque yo lo valgo”. Pero es tal el supremacismo moral y la soberbia que rezuma esa ideología que algunos no dudan en romper la baraja para imponer su punto de vista llamándole, sin despeinarse, “valores comunes” o “consenso europeo”.

Y así avanza el rodillo. En Europa, la ofensiva ideológica en torno al aborto es sólo un caballo de batalla adicional, un paso más de la larga marcha hacia colonización ideológica de un proyecto de integración europeo que nació en las antípodas de donde se sitúa ahora: el pragmatismo y el respeto por la diversidad cultural de las naciones se ha sustituido por un dogmatismo tajante y un pensamiento único por mucho que lo llamen “diverso” e “inclusivo”.

Con un Parlamento desencadenado y una Comisión sin personalidad que se deja llevar por las corrientes ideológicas (el escándalo de sus líneas de comunicación inclusivas que prohibían “Feliz Navidad” y “Señoras y señores” es sólo la punta del iceberg) el rodillo está bien engrasado.

Y funciona. Varsovia y Budapest están pagando muy caro su osadía al defender sus competencias y oponerse a la ideología dominante con el bloqueo de sus fondos de recuperación (24 y 7 billones de euros respectivamente) que ya han fluido por tantos Estados miembros. Y no, no seamos ingenuos: no es una cuestión de Estado de derecho ni de “defensa de los intereses financieros de la UE” como pretenden camuflarlo. Al contrario, es un secreto a voces que a ambos países se les castiga por no dar su brazo a torcer.

Como en España, esta cruzada ideológica avanza inexorablemente en Europa. Como en España, divide a los europeos entre los que se merecen quedarse en el club de los virtuosos y los que merecen ser excluidos del círculo muy restringido de respetabilidad que ellos mismos definen. Como España, Europa nunca ha estado tan polarizada a cuenta de unos valores otrora comunes pero que hoy por hoy, son un arma de división desde que algunos decidieron apropiarse de ellos. Urge reaccionar para impedir que se consume esta OPA hostil. ¿Cómo? Empezando por dar la batalla de las ideas y tomándonos muy en serio las próximas elecciones europeas de 2023, para que la UE vuelva a ser el espacio de prosperidad, respeto y concordia que nunca tuvo que dejar de ser.

Rodrigo Ballester, Master en Derecho Europeo por el Colegio de Europa (Brujas), antiguo funcionario europeo, profesor invitado en el Instituto de Ciencias Políticas de Paris (Campus de Dijon), dirige el Centro de Estudios Europeos del Mathias Corvinus Collegium en Budapest.

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