Es sorprendente cómo la Unión Europea a través de un organismo que no ha sido elegido democráticamente, ha ido desgajando responsabilidades exclusivas de los estados miembros.
Hace unas semanas la Comisión Europea cometió una nueva tropelía cuando intentó forzar al gobierno francés a establecer un compromiso de implantación de energías renovables argumentando que su plan energético nacional no establecía unos compromisos de implantación de energías renovables.
Es sorprendente cómo la Unión Europea a través de la Comisión, un organismo que no ha sido elegido democráticamente, ha ido paulatinamente desgajando áreas de responsabilidad exclusiva de los estados miembros, es decir, de soberanía nacional. En concreto, a pesar de que el vigente tratado de Lisboa reconoce la competencia exclusiva de cada Estado en materia de política energética, la Unión Europea, a través de sus compromisos de lucha contra el clima y de un marasmo legal comunitario, se ha ido paulatinamente atribuyendo unas competencias que de facto son las propias de un organismo supervisor.
Bruselas pretendía que Francia fijara en su plan un porcentaje superior al 40% de energía renovable sobre el total de consumo energético. Pero esta vez, para regocijo de todos aquellos que defendemos la soberanía energética y la fuerza de la razón, la Unión Europea ha pinchado en hueso. Francia se ha negado a aceptar cualquier tipo de presión y lo ha argumentado con datos incuestionables.
El gobierno de Emmanuel Macron presentó un plan energético con medidas adicionales y en donde se comprometía a cumplir los objetivos en materia de descarbonización de la economía, que en el caso de Francia es la de emitir menos de un 47,7% de CO2 en comparación con los niveles de 2005. Francia realizó una proyección con medidas adicionales sin discriminar entre fuentes renovables u otras como, a saber, la nuclear. El argumento es evidente: la descarbonización y las energías que no emitan CO2 son el objetivo final y por tanto las tecnologías que contribuyan a esta meta son todas válidas.
Reducción de emisiones para 2030 con respecto a niveles de 2005
Fuentes: Comisión Europea. Elaboración propia
Francia, con sus nuevos proyectos nucleares revisó la estimación de emisiones para 2030 y, de hecho, se ha situado en un escenario mucho más favorable que el resto de países europeos y con un compromiso de reducción de emisiones que es, además, de los más ambiciosos que los de la media europea.
Que funcionarios de Bruselas se atrevan a enmendar la plana a la política energética francesa que es, con muchísima diferencia, la más limpia y barata de Europa, muestra hasta que punto la Unión Europea ha errado los objetivos de sus políticas y la enorme distancia entre la dura realidad económica de los diferentes países y las cómodas moquetas de las oficinas bruselenses.
Si en Europa hubiera una política industrial digna de tal nombre y que intentara favorecer la economía del continente, antes de las emisiones se debería hablar de los precios finales y de la dependencia energética con objeto de fomentar las fuentes seguras, económicas y limpias, por ese orden. Pero el objetivo de la Unión Europea no es el liderazgo económico mundial o la competitividad industrial para las economías del continente. Las élites que dictan las líneas maestras de la política parecen preocuparse únicamente por seguir políticas medioambientales y primar las conjeturas climáticas sobre cualquier otra consideración de carácter económico, de forma que, por la vía de los hechos consumados, se vaya limitando progresivamente la oferta de energía haciéndola más escasa y por tanto costosa para las empresas y los particulares.
Otra prueba palmaria del error de la Comisión se puede evidenciar al hacer una simple comparación entre Alemania y Francia en términos de política energética y ver los resultados. Mientras Alemania apagó entre vítores políticos y aplausos europeos sus reactores nucleares, Francia no sólo los ha mantenido sino que está continuamente anunciando nuevos proyectos y, sin ir más lejos, ya en el año 2024 ha anticipado nuevos reactores. Hoy la electricidad limpia francesa es la que sirve de respaldo al país germano, como al resto de Europa, y la propia Alemania ha tenido que volver a encender sus viejas centrales de carbón ante los problemas de suministro gasístico.
Fuente: Datos de Word Nuclear Association. Elaboración propia
París ha dejado en evidencia a la Unión Europea y a sus políticas ambientalistas. En ellas lo que prima no es el interés en una energía limpia y barata sino que deja traslucir una lucha política en torno a la cuestión nuclear y a la soberanía energética nacional. La discrepancia muestra que existen dos bloques claros: el liderado por Francia, partidario de la energía atómica y de asegurar sus suministros energéticos, y el liderado por Alemania junto a otros actores secundarios como, por desgracia, España, que irresponsablemente apuestan por las renovables para suplir las necesidades energéticas del continente y que fían el futuro a energías intermitentes y a nuevas tecnologías aún por desarrollar y a un descenso de la actividad económica y de la producción industrial.
Afortunadamente para Europa, Francia está ganando esta guerra como lo muestran los hechos. La Unión Europea tuvo que aceptar finalmente considerar al hidrógeno producido por fuentes nucleares como hidrógeno limpio (como no podía ser de otra forma), después por el respaldo que Francia consiguió en marzo de otros países como Finlandia, Polonia, Rumania o Italia y otros países europeos para apostar por la energía nuclear y, finalmente, en el reciente COP 28 de Dubái, cuando actuales y futuros países con tecnología nuclear se comprometieron a aumentar su producción para 2030.
Y qué decir de Alemania: costes energéticos disparados, producción industrial en declive y vuelta a las centrales de carbón para evitar apagones. Muchas de sus industrias intensivas en consumo energético como Basf han anulado sus planes de crecimiento en el país, haciendo que la industria y la economía sufran esas decisiones políticas.
El campo de batalla no está en las oficinas de los burócratas sino en las industrias, en el campo, en los sectores productivos y en los consumidores de toda Europa que pagan la factura de la luz. Francia, gracias a su elección por la energía nuclear, tiene una energía masiva, limpia, barata y, conviene recordarlo, de producción nacional y sigue proveyendo, día tras día, energía limpia y barata a toda Europa incluido a Alemania.
¿Qué más pruebas son necesarias para reconocer el innegable éxito del modelo energético francés y proceder a emularlo? En España, como en tantas otras cosas, seguimos en el lado equivocado y, lo que es peor, como el ignorante tozudo que persiste en el error, nuestro Gobierno sigue apostando a caballo perdedor mientras nuestras importaciones de gas se disparan y el gigantesco déficit comercial energético crece casi al mismo ritmo que seguimos instalando placas solares y cerrando centrales convencionales.
Y en definitiva, no se trata de contraponer las renovables a otras fuentes de generación como erróneamente hacen desde Bruselas o desde el Gobierno Español. Se trata de cómo podemos tener ingentes cantidades de energía propia, económica, segura y, sí, también limpia.
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