Sánchez quiere ser el rey de la comedia. Izquierdismo y posverdad

Sánchez quiere ser el rey de la comedia. Izquierdismo y posverdad

Sánchez ha sido caníbal y voraz con las clases medias, a las que ha sometido a una presión fiscal sin precedentes y ha creado un aparato de gobierno gigantesco. Un coste elevadísimo para los bolsillos de los ciudadanos medios que pagan sus impuestos.

Sánchez ha adquirido ahora el papel de rey de la comedia y entrevista a sus ministros para su propio fasto. Solo le falta hacer monólogos como esos humoristas del “club de la comedia”, pero le falta fuelle.

Sánchez es uno de esos izquierdistas que, consciente de lo ilusorio de los valores, carece de ellos y su pensamiento y su acción son solo negativos. Se alimenta, en su vacío de convicciones, de las decepciones de los demás y se arroga una superioridad moral basada en el engaño y el cinismo.

Sánchez ha combinado audacia, falta de escrúpulos, decisión, ruptura del statu quo y desfachatez a partes iguales. No se le puede negar haber sabido mantener el equilibrio y, sobre todo, servirse del dinero ajeno (el de todos) para hacer amigos (los principales enemigos de los españoles).

En España hemos sufrido un largo proceso de transformación desde la llegada al poder del socialismo. Pero, desde la legislatura de Rodríguez Zapatero, la dirección comenzó a ir en contra de las bases y del modelo de estado nacido en la Constitución de 1978. Pedro Sánchez y su coalición ultraizquierdista, con vicepresidentes neocomunistas y ministerios ideológicos ha tratado, bajo el amparo de la pandemia, de legislar decididamente para desmontar nuestro régimen democrático.

El Gobierno solo se ha preocupado de aprovechar la coyuntura para sacar medidas ideológicas, a espaldas de la ciudadanía, y valerse de la dramática situación del COVID 19, con sus injustificados estados de alarma, para experimentar sociológicamente con la población e imponer una serie de excentricidades fuertemente ideológicas, que se ha verificado en políticas erráticas e ineficaces, todas ellas perniciosas para la ciudadanía general.

Por ejemplo, se ha agrandado la desprotección de la mujer, de manera insólita, con una ley como la del “solo sí es sí”, un escandaloso patinazo legislativo de Sánchez, que ha logrado la rebaja de penas de unos 800 delincuentes sexuales por el momento. Esta fallida ley ideológica del Ministerio de Igualdad, junto a la ley “Trans”, que ha fracturado al feminismo y ha generado un gran conflicto y confusión en las cuestiones de género, se han llevado a efecto sin ningún coste ni responsabilidad política para sus autores.

Asimismo, ha agrandado la desprotección de personas vulnerables con la reforma de la Ley de salud Sexual y Reproductiva o la ley de la eutanasia. Ha desprotegido, además, otros derechos fundamentales como el de la propiedad privada, fomentando la ocupación.

Sánchez ha ejecutado cinco remodelaciones de su Consejo de Ministros, ha convivido en un bipartito, que se convirtió en tripartito por la ruptura de Podemos y Yolanda Díaz, sosteniendo equilibrios de grave coste institucional para España. Ha logrado agónicamente aprobar los últimos presupuestos y dos paquetes anticrisis, con sus socios de la extrema izquierda y los radicales ultranacionalistas de ERC y Bildu (heredero y brazo político de ETA) a costa de olvidar y arrinconar a los demócratas y a las víctimas del terrorismo, favoreciendo a sus asesinos. En este sentido hay que reconocer que ha logrado mantener un difícil equilibrio.

El Gobierno Sánchez ha sido caníbal y voraz con las clases medias, a las que ha sometido a una presión fiscal sin precedentes y ha creado un aparato de gobierno gigantesco. Un coste elevadísimo para los bolsillos de los ciudadanos medios que pagan sus impuestos.

Sus grandes paquetes contra la inflación o el impacto económico de la guerra en Ucrania no llegan a los bolsillos de los ciudadanos. No llegan, ni llegarán. Su continuo derroche de medidas fragmentadas y promesas torpes resultan costosísimas por ser soluciones populistas, poco relistas y alejadas de la contención y de la senda por la que pide ya volver Europa.

Sánchez se ampara en la “posverdad” para sobrevivir, algo que no es más que “la banalización de la mentira”, según la RAE, o una “distorsión deliberada de la realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales”. El concepto de posverdad, también conocido como “mentira emotiva”, implica que los hechos objetivos tienen menos valor e impacto que los argumentos emocionales y las creencias personales de cada uno y, así, construye un discurso con la finalidad de crear y modelar la opinión de las personas que le escuchan e influir en su conducta.

Esto explica bien la legislatura de Sánchez, que ahora transita hacia lo “cómico”, pero no perdamos de vista que su comedia nos cuesta mucho dinero. Ya decía Margaret Thatcher que nunca hay que olvidar que “el estado no tiene más dinero que el que las personas ganan por sí mismas y para sí mismas, si el Estado quiere gastar más dinero, solo puede hacerlo endeudando tus ahorros o aumentando tus impuestos”. No hay dinero público sino dinero de los contribuyentes.

Esta verdad fundamental, que nunca hemos de olvidar es lo que Sánchez trata de distraer de las mentes de los ciudadanos, es estúpido -decía Thatcher-, que alguien lo pagará después “porque ese alguien eres tú”. Somos tú y yo los que sostenemos las frivolidades de Sánchez, su propaganda, su gasto, el Falcon. Todo eso supone un altísimo coste para España en su conjunto y para los españoles en particular.

El de Sánchez ha sido el peor gobierno y en el peor momento. Se ha rodeado de sofistas que, igual que en la crisis de la democracia ateniense de la antigüedad, han tenido la virtud (o el vicio) del dominio de la palabra para ser capaces de persuadir a otros y “poder convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles”.

Decía Gorgias que con las palabras se puede envenenar y embelesar y Sánchez nos ha sometido al dominio de razonamientos engañosos. Nos ha desensibilizado ante la mentira. Se trata de una nueva “conducción de almas” o como dijo Platón, frente a los demagogos una “captura” de almas.

La realidad es el peor enemigo de la izquierda de Sánchez, quien se ha servido de la ficción y el engaño continuos. Su discurso, al fondo se apoya siempre en sentimientos (no en razones), como la “nostalgia”, o una ilusa utopía progresista (indeterminada) frente a un pasado remoto terrible (el franquismo); el “resentimiento”, que le permite una dialéctica de confrontaciones múltiples; o el “complejo” basado en la “desigualdad”. Pero son tan numerosas las desigualdades y tan extensivas las reivindicaciones como deseos y estados de ánimo puedan tener las personas, algo imposible de satisfacer, por eso el método de la nueva izquierda se basa en prometer resarcir a los insatisfechos y se apoya emocionalmente en la frustración para captar adeptos.

Sánchez ha comprado a buena parte de los medios (con dinero público), ha destinado incontables recursos a su propaganda, ha usado instituciones y organismos del estado español (se ha servido del CIS, de la fiscalía del estado, de presidencia del gobierno, de los ministerios) para promocionarse. Ha dañado a otras instituciones si no se doblegaban a su capricho, así el Poder Judicial, la Monarquía o el Tribunal Constitucional.

Ha actuado con pocos escrúpulos comprobando que podía hacerlo. Ha tensado las normas no escritas, pero fundamentales, de la política. En el conjunto de su mandato ha tenido un comportamiento “in-político”, es decir, equivalente a la inmoralidad en el plano político.

Sánchez ahora se quiere dedicar a la comedia, pero no se puede liberar de sus tintes tragicómicos. Sánchez ya no tiene gracia. Sánchez merece, cuanto menos, una dosis de realidad, solo nuestro voto podrá dársela.

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