¡Santiago y cierra, España!

¡Santiago y cierra, España!

La tradición cuenta que, entre los años 813 y 820, un anacoreta llamado Pelayo vio brillar en la noche unas luces sobre el monte -o bosque- Libredón, próximo a Santiago de Compostela. Comunicó esto al obispo Teodomiro de Iria Flavia -en la actualidad, Padrón-, descubriendo entonces un sepulcro que determinaron que pertenecía al Apóstol Santiago el Mayor.

Pese a que la posibilidad de que Santiago el Mayor predicara en Hispania, que sus restos fueran trasladados desde Judea y fueran depositados en suelo patrio sea un tema controvertido y discutido en el ámbito histórico, Alfonso II inauguró un culto y una vinculación entre el entonces reino de Asturias y el Hijo del trueno que pervive hasta nuestros días.

Alfonso II sabía de la importancia del culto jacobeo entre los cristianos hispánicos y necesitaba un símbolo, una enseña que los unificara para proseguir la lucha contra el infiel. Presto, ordenó construir tres iglesias en honor a Santiago, una sobre el lugar en el que se encontraba el cuerpo del Apóstol y que estaba llamada a convertirse en uno de los lugares más sagrados de la Cristiandad. De hecho, era el lugar santo más importante de Europa después de Roma, y no tardó en situarse como un gran centro de peregrinación europeo. El Camino de Santiago se convirtió entonces en un punto de intercambio cultural entre cristianos de todos los puntos de Europa, en la vía de entrada de órdenes monásticas y en la llegada de personas dispuestas a unirse a Alfonso II, y los posteriores reyes, en su lucha contra el infiel.

El lugar que Alfonso II le da a Santiago el Mayor podría explicarse desde diversas ópticas: el uso de la religión para consolidar su legitimidad, su poder e, incluso, la influencia y relación del pequeño reino de Asturias con la Aquisgrán de Carlomagno. De hecho, el último de los puntos explicaría el uso de la historia y la leyenda de estilo carolingios en la Península a través del texto esencial del culto jacobeo: el “Códex Calixtinus”.

Elaborado en el siglo XII y compuesto por cinco libros, de diversos autores, en el Códex Calixtinus están los elementos de mayor trascendencia relacionados con el culto jacobeo. Sermones, cartas papales, los milagros de Santiago y los días en los que tiene que ser venerado. En el Libro I, o Libro de las Liturgias, se establecen dos festividades en honor a Santiago Apóstol, una el 30 de diciembre, siguiendo el rito hispánico, es decir, un calendario litúrgico propio utilizado por la Iglesia asturleonesa, y otro siguiendo el calendario romano el 25 de julio. Por lo tanto, en ambas fechas se rinde tributo a Santiago, celebrándose el 25 su pasión y el 30 la traslación de su cuerpo a Santiago de Compostela.

Lo cierto es que, desde entonces, la vinculación entre Santiago el Mayor y los cristianos peninsulares fue creciendo. Una de las curiosidades es cuando se le representa a lomos de su caballo blanco, en combate, y recibe el nombre de Santiago Matamoros. El origen de esta tradición estaría en el reinado de Ramiro I, cuando Santiago intercedió en la legendaria batalla de Clavijo, fechada el 23 de mayo del 844. Dicho enfrentamiento es posible que solo sucediera en el plano mitológico, pero inauguró la leyenda de Santiago como guerrero en favor de los cristianos de España.

¡Santiago y cierra, España! Pasó a convertirse en un grito de guerra clamado por los cristianos durante la Reconquista y muy achacado a tropas como los almogávares, pero que continuó utilizándose una vez terminada esta. La consigna comenzaba con la aclamación al Apóstol y continuaba con un “cierra”, que instaba a los soldados a no abandonar su puesto de combate, cerrar filas y acometer contra el enemigo.

Cabe resaltar además la importancia de la Orden de Santiago, fundada en el siglo XII en el reino de León para proteger a los peregrinos del Camino de Santiago y continuar la cruzada contra los musulmanes. Su símbolo, la Cruz roja en forma de espada, fue puesto en las velas de los navíos que partieron a América y el privilegio de poder portarlo en los ropajes estuvo al alcance de los más ilustres hombres de España, como Francisco Pizarro, Quevedo o Diego de Velázquez. De hecho, es en el Nuevo Mundo donde continúa su leyenda como intercesor por los españoles, apareciendo como un trueno y transfigurándose en el ya mencionado guerrero a lomos de un corcel blanco. Muchas ciudades hispanoamericanas como Santiago de Chile, Santiago de Cuba, Caracas -fundada como Santiago de León de Caracas- o Santiago de Guatemala, son evidencias del culto en la Iberosfera al Apóstol.

El establecimiento de Santiago Apóstol como patrón del pueblo español no se dio de forma oficial hasta el reinado de Felipe IV en 1630, siendo declarado así por el papa Urbano VIII. Se uniría a él la Inmaculada Concepción como patrona de España en 1760, declarada de forma oficial como tal por Clemente XIII.

No es baladí resaltar la importancia de Santiago Apóstol para España, cuyos nombres llevan unidos siglos. El patrón de los españoles ha sido uno de los elementos clave en la construcción de la identidad nacional y representa muchos de los valores que el pueblo español ha encarnado en su trascender histórico. Hoy, Santiago no es tan solo el patrón de algunas unidades de nuestro Ejército, sino el símbolo de lo que fuimos, somos y debemos seguir siendo. Pese a no ver ya la Cruz en forma de roja espada sobre negros atuendos, en la conciencia española persiste ese grito que nos traslada a épicas batallas del pasado y nos motiva para continuar el combate: ¡Santiago y cierra, España!

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