Trump será el candidato republicano, pero Deneen avisa del reto que deberá superar

Trump será el candidato republicano, pero Deneen avisa del reto que deberá superar

Tras sus victorias en Iowa y New Hampshire, Donald Trump avanza imparable hacia la nominación por el Partido Republicano a las presidenciales del mes de noviembre de este año.

Por mucho que algunos analistas se empeñen (de algo hay que hablar para ganarse la vida), la única incógnita real ahora mismo es quién va a acompañar como candidato a vicepresidente a Trump. Si existía alguna duda de que la mayoría de los republicanos consideraban a Trump como una especie de presidente que se presenta a la reelección (y que por ello no tiene rival en las primarias) o de que los procesos judiciales abiertos, lejos de debilitarle galvanizan su base electoral, a estas alturas ha quedado despejada. Trump será el candidato que se enfrente a Biden si ninguno de los dos fallece de aquí a noviembre (algo que, sin ser probable, tampoco es descartable atendiendo a la edad de ambos: en noviembre Trump tendrá 78 años y Biden cumple 82 ese mismo mes) y si los tribunales no se lo impiden a Trump.

Si algo también ha quedado claro es la solidez de la base que apoya a Trump, lo que algunos llaman la MAGA Crowd (la muchedumbre MAGA, por el eslogan Make America Great Again), cuyo retrato robot es el de un estadounidense que no vive en una gran ciudad ni tiene estudios universitarios, que ha quedado al margen de las transformaciones económicas ocurridas en las últimas décadas y que vive bajo la espada de Damocles de diversas amenazas. Aquellos “deplorables” de los que hablaba Hillary Clinton lo tienen claro: siguen siendo fieles a Trump y se movilizan como nadie. Ron DeSantis se presentaba como el “Trump aseado y eficaz”, la figura que podía dar paso a un trumpismo sin Trump… pero no ha podido superar el problema de que Trump aún está vivito y coleando. Nikki Haley, que algunos han calificado como una “George W. Bush en mujer”, llega con más de un cuarto de siglo de retraso: el Partido Republicano es hoy otra cosa y por mucho apoyo que reciba del establishment no basta para derrotar a un animal político como Trump.

Como no podía ser de otra forma, ya han aparecido sesudos artículos explicando lo que han hecho mal quienes han osado disputarle a Trump la candidatura. Por ejemplo, el de Ryan Girdusky, que colaboró en la campaña de Ron DeSantis, dice que éste se equivocó con sus medidas contra el aborto y con su batalla con Disney, que habló demasiado de Florida o que atacó poco a Trump. Pero en el fondo el problema no es ése, la cuestión es que, tal y como funciona la política hoy en día es muy, muy difícil (por no decir imposible) para un republicano derrotar a Donald Trump. Recuerdo una conversación, hace ya unos cuantos años, con un importante cargo de la campaña de Ted Cruz en 2016. Me explicaba, desalentado, que, tras semanas de trabajo, organizando a muchas personas, grabando vídeos, escogiendo mensajes, etc., para hacer campaña en un estado, Trump se levantaba por la mañana, tuiteaba lo primero que se le pasaba por la cabeza… ¡y todo el mundo hablaba sobre eso! Era lo único que importaba, tu campaña no le interesaba a nadie, todo se centraba en torno a la última ocurrencia de Trump. Siempre, me decía, tienes la sensación de que él domina el juego, de que tú llegas tarde, de que tu trabajo no sirve para nada ante un tipo imprevisible y en el que los medios ponen siempre el foco porque es el que más audiencia genera de largo.

Nate Cohn, escribiendo para el New York Times, señalaba un dato importante a partir del análisis de los resultados de Iowa: Nikki Haley se impuso a Trump “en los distritos donde la mayoría de la población tiene un título universitario”. Por el contrario, apenas logró “un 10% en las zonas con menos educación”. Los más reputados analistas republicanos se pueden poner como quieran, pueden acusar a los medios izquierdistas e incluso a los procesos judiciales contra Trump de formar parte de un plan secreto para que éste sea el candidato que se enfrente a Biden porque, supuestamente, es el único modo de conseguir que una mayoría de estadounidenses vote por el actual inquilino de la Casa Blanca. O pueden criticar a unas bases que han entregado el partido a un candidato que se enfrenta a numerosas acusaciones y posibles condenas y que seguramente gobernará con un “estilo errático, despreocupado y muy personalista”, como sostuvo un editorial de National Review. Pero la realidad es la que es y Trump ha convertido el Partido Republicano en un partido populista con una amplia base de nivel socioeconómico medio-bajo y bajo.

Pero claro, ser nominado candidato es sólo el primer paso; de lo que se trata es de ser elegido presidente. Algunos datos de las primarias de New Hampshire, donde Trump obtuvo un 54,3% de los votos por un 43,2% para Haley, pueden ayudarnos a comprender la situación a la que se enfrentará el candidato Trump. A diferencia de la mayoría de los estados, New Hampshire permite que los votantes independientes, sin afiliación a ningún partido, voten en las primarias. Y si Trump consiguió el 70% del voto de los republicanos, Haley obtuvo el 67% de los independientes. Incluso teniendo en cuenta que New Hampshire es de los estados donde los propios republicanos son menos conservadores (el gobernador republicano del estado, Chris Sununu, hizo campaña por Haley), estos datos nos recuerdan que es difícil ganar las presidenciales apelando sólo al voto de tu base. Y más con el precedente de lo que ocurrió en 2020 (algunos republicanos ya hablan de que, contando con el fraude electoral, Trump necesita superar a Biden en más de seis puntos).

El último libro de Patrick J. Deneen, Cambio de régimen, analiza precisamente esta situación. Deneen parte de lo que ha ido exponiendo desde hace años: el agotamiento del régimen estadounidense y la emergencia de nuevas líneas de fractura políticas que ya no encajan en el esquema de lo que era la derecha y la izquierda en los Estados Unidos de la Guerra Fría. De ahí, por ejemplo, que en New Hampshire Trump haya atacado a Haley presentándose como adalid de la Seguridad Social. Para Deneen “los muchos están adquiriendo conciencia de clase, no como marxistas, sino como populistas de izquierda económica y social conservadora”. El autor aboga, en lo que es el núcleo de su propuesta, por un cambio de régimen, que lejos de una revolución violenta, consistiría en “el derrocamiento pacífico, pero enérgico de la clase dirigente liberal, corrupta y corruptora y la creación de un orden postliberal en el que las formas políticas existentes puedan seguir existiendo, siempre que un ethos fundamentalmente diferente informe las instituciones y el personal que ocupan los cargos y puestos clave. Aunque superficialmente se trata del mismo orden político, la sustitución del gobierno de una élite progresista por un régimen ordenado al bien común mediante una constitución mixta constituirá un auténtico cambio de régimen”.

Si traducimos esto a la realidad de 2024, el plan de Deneen pasaría por una victoria de Trump que abriera las puertas a una nueva clase dirigente, comprometida con el bien común, también el de la MAGA Crowd, y que inauguraría un nuevo periodo de trumpismo post Trump (ahora sí, Ron). Pero el mismo Deneen reconoce que, para que esto se haga realidad, más allá de la incógnita acerca del interés de Trump en construir algo para cuando él ya no esté (Deneen lo califica como “un narcisista profundamente imperfecto que apela a la intuiciones de la población, pero sin ofrecer una articulación clarificadora de sus quejas, ni transformar sus sentimientos en una política sostenida y en el desarrollo de una clase dirigente capaz”) es necesario “que un cierto número de traidores de clase actúen en nombre de la amplia clase trabajadora”. Gente como J.D. Vance o Josh Hawley, ambos senadores y graduados en Yale. ¿Será así? ¿Habrá suficientes estadounidenses acomodados que apostarán por Trump como la vía para dar paso a ese nuevo régimen que daría fin a la profunda división que Deneen califica como “guerra civil fría”? Es aún pronto para saberlo, pero Trump tendrá que hacer un gran esfuerzo para seducir a ese electorado si no quiere quedarse, de nuevo, a las puertas de la victoria.

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