Venezuela no puede seguir siendo el país de las oportunidades perdidas por culpa de una dirigencia que no asume responsabilidades, que sigue llevándonos al foso y que no se hace a un lado.
Venezuela entra en un nuevo año entre la incertidumbre y la esperanza. Son pocas las excepciones sobre las que la gente no muestra decepción o en las que la gente confía, porque simplemente la perspectiva a futuro luce sombría en un país que se va a alejando de la política para sobrevivir porque la política ya no le dice nada o le dice muy poco. Eso es muy peligroso.
Pero, así como es peligroso, también tiene responsables. Los tiene no sólo del lado del régimen que ha hecho todo por aniquilar cualquier posibilidad de salida democrática o institucional porque simplemente su naturaleza es incompatible con alguna de ellas, sino también del lado opositor a través de las inmensas oportunidades perdidas, las traiciones y los errores de una dirigencia que, lejos de alejarse por su desempeño, se aferra a seguir siendo quien hable en nombre de unos venezolanos que ya la ignoran y desprecian.
Juan Guaidó cumplió tres años como presidente encargado del país. A la luz de su desempeño, podríamos decir que se ha convertido en líder de la gran oportunidad perdida. Tres años después no gobierna nada, no tiene poder, está disminuido y ha sucumbido en las prácticas y tesis de quienes fueron sus enemigos desde el primer día en que decidió asumir el gobierno legítimo -quienes se opusieron a ello- y que hacen todo para que el régimen siga en el poder porque se benefician de éste. Hoy es el presidente de la nada, apenas con poder para proteger los activos en el exterior, representar la legitimidad de un parlamento desdibujado y como el mientras tanto o “lo que tenemos” de aliados internacionales que han sido defraudados recurrentemente por las prácticas del interinato.
Juan Guaidó tuvo el apoyo de 60 países, el apoyo de todo un país, recursos, legitimidad y la fuerza para lograr salir del régimen. Tuvo administraciones aliadas y comprometidas, como nunca, a encaminarse a una ruta de presión cónsona con la naturaleza criminal del régimen para enfrentarlo. Y sí, hablo en pasado porque, aunque algunas de esas cosas todavía se mantienen, el contexto geopolítico, el propio desempeño del interinato y el tiempo desaprovechado, hicieron que el gobierno interino perdiera la mejor oportunidad que hemos tenido en años para salir del régimen, todo por culpa de preferir ser parte de quienes sostienen al régimen y no unirse al clamor para su salida de verdad. Da tristeza, como impotencia, porque han sido años de sacrificio, de dolor, víctimas que hoy todavía sufren y mucho apostado, para que el mejor momento para salir del régimen se tradujera en nada, a la sombra de corrupción, irregularidades y manipulación.
El interinato no sólo tuvo la oportunidad de salir del régimen, sino que también tuvo la oportunidad de aliarse con quienes entendían el propósito de la lucha contra un régimen criminal, dentro y fuera. Todo lo desechó para mantenerse amarrado a quienes son traidores habituales y cohabitadores de oficio, que no quieren que las cosas cambien y que llenaron al interinato de prácticas que han puesto en duda su reputación por lo grotesco de su proceder. Esto, sin contar las reiteradas contradicciones y errores que han supuesto la actuación a espaldas de aliados que se enteraron por medios de cosas como la farsa de diálogo nórdico-caribeña de Oslo-Barbados o el planteamiento de ir a conversar con el régimen en México, su aliado, a cambio de nada, siempre dándole tiempo al régimen. Más de lo mismo, pero con un costo que paga el país.
Venezuela no puede seguir siendo el país de las oportunidades perdidas por culpa de una dirigencia que no asume responsabilidades, que sigue llevándonos al foso y que no se hace a un lado. El país no puede seguir siendo víctima de cómplices y corruptos que hablan en su nombre, pero que lo traicionan recurrentemente. Cada oportunidad perdida hace más difícil acercarnos al objetivo y se traduce en más miseria, huida y dolor, mientras pretenden vencer los apologistas de una falsa normalización promovida por la burbuja de bodegones y luces que con el primer apagón y con el primer bolsillo vacío que se les enfrenta, explota.
El gobierno interino, que se supone es legítimo, optó por reconocer los procesos convocados por el régimen que es usurpador. Peor aún, ahora promueve un supuesto referéndum revocatorio presidencial cuando, se supone, en Venezuela no hay presidente electo, lo que justificó la propia existencia del interinato. Víctima de sus contradicciones, pretende revocar a quien es ilegítimo, cuando el gobierno lo representan ellos. Incluso ya hablan de primarias presidenciales y de esperar a 2024, cuando el régimen convocará su farsa electoral, para supuestamente derrotarlo, cuando eso fue lo que ocurrió en 2018 al exponer ante el mundo su ilegitimidad por fraude cometido. Pareciera que todo eso se ha olvidado, como también se ha olvidado que el régimen es criminal, que ha cometido crímenes contra la humanidad y que la justicia internacional le sigue los pasos. Ante eso, lo que se le ofrece es impunidad a cambio de nada, salvo el tiempo que la oposición cohabitadora plácidamente le da.
Nadie que hable de rendirse o que hable de regalarle dos años más al régimen, merece llamarse líder de la oposición. Nadie que mienta y que sea incapaz de asumir sus errores y hacerse a un lado, merece conducir los destinos de un país que a gritos pide cambio, pero también coherencia y claridad, sin traición. Hoy, con una región en peligro, con las tensiones en Colombia y Brasil por las elecciones presidenciales, con el continente virando a la izquierda y con el peor momento geopolítico como consecuencia de una débil administración en los Estados Unidos, hacen del panorama venezolano algo mucho más complejo que requiere nuevas ideas, nuevo liderazgo y mucha más firmeza. Con los mismos de siempre el resultado será el mismo, pero con consecuencias cada vez más dolorosas.
No es momento para pusilánimes, para pesimistas ni para traidores. Tampoco para quienes dicen que no hay más que hacer que esperar y rendirse mientras. Se requiere de un liderazgo capaz de transmitir confianza, pero, sobre todo, de recuperarla. Ese es el primer paso para que el país retome su rumbo de esperanza y de lucha sin demora, para ser optimistas, sin dejar de ser realistas, asumiendo el desafío por delante, hablando con la verdad, sin desviarse del foco. Queda claro que, después de la decepción del interinato, empezar casi de cero puede ser un enorme reto, pero sólo tendrá sentido asumirlo si lo hacen quienes entienden el momento histórico y no son parte del sistema que estabiliza al régimen.
La derrota debe ser hacia el régimen, pero también hacia quienes lo sostienen, vístanse del color que se vistan. Sólo así, Venezuela será libre de verdad.