No basta con mofarse y responder con memes y chascarrillos. Llevamos diez años riéndonos a carcajadas con cada ocurrencia “woke” mientras que esas ideas colonizaban las más altas esferas del mundo occidental.
¿Habla usted “woke”? Usted quizás no, pero la Unión Europea sí, cada vez maneja más y mejor este dialecto políticamente correcto a través del cual se acaba imponiendo la gran lacra intelectual del mundo occidental: la cultura de la cancelación y la dictadura de las minorías. Hace unas semanas, una campaña del Consejo de Europa (apoyada por la UE) que promovía el velo islámico como vector de diversidad, belleza y libertad (tal cual) levantó un torbellino principalmente en Francia. Varios observadores vieron, con razón, la mano de los Hermanos Musulmanes, una nebulosa cuyo objetivo declarado es imponer una sociedad islámica allí dónde se pueda. Varios ministros franceses se plantaron y llamaron a Estrasburgo y Bruselas: en cuestión de días, campaña retirada. ¿Asunto zanjado? No, en cuanto pasó el chaparrón, Helena Dalli, la inefable Comisaria Europa para la Igualdad, recibió en su despacho a representantes de FEMYSO, una de las “ONGs” que gravita en torno a los hermanos musulmanes. Nueva polvareda sin que la Comisión ni la principal interesada se inmutara, como si gozaran de inmunidad para seguir con el rodillo ideológico.
Nuevo bombazo el 26 de noviembre: Francesco Giubilei destapa en exclusiva para Il Giornale unas líneas directrices de “comunicación inclusiva” que Dalli había presentado unas semanas antes con pose de diva y tono de garante de las esencias políticamente correctas. Tranquilos, sólo se trataba de unas instrucciones dirigidas a los 35 000 funcionarios de la Comisión Europea para que “cada ciudadano europeo pueda verse reflejado en cada iniciativa de la Comisión”, nada menos. ¿Y en concreto? Un festival de ejemplos a cada cual más grotesco y ridículo, un elenco de doctrina sectaria, totalitarianismo “soft” con sonrisa incluida. Por favor, que ningún funcionario se atreva a empezar una intervención con “Señoras y señores”, no vaya a ser que algún transexual se ofenda. ¿Qué decir pues? “Estimados ciudadanos”? Ni se le ocurra, porque así tendría el mal gusto de discriminar a apátridas e inmigrantes ilegales, por lo demás, seguidores asiduos de todo lo que sucede en Bruselas como es bien sabido.
También se pide a los eurócratas que no utilicen “colonización” ni siquiera para referirse a los viajes a Marte (supongo que para las hormigas tampoco) ni que enseñen una foto de una madre ayudando a su hija a hacer los deberes porque “vehicula un estereotipo negativo”. En cambio, que nadie dude en incluir a familias no tradicionales o a personas de todos las razas y colores en cualquier soporte. Ya sabéis, diversidad.
Y si por si acaso todavía tuviera dudas sobre la creatividad de la musa “woke” de Bruselas, recuerde no utilizar nombres cristianos para referirse a familias internacionales. Mejor descartar “Juan y María” e usar el más diverso “Julio y Malika” (ya veis, en Bruselas, Julio es un nombre exótico). Y sobre todo, que nadie se atreva a quejarse en la cafetería y decir que “el periodo de Navidad puede ser estresante”. No, sea inclusivo y sustituya “Navidad” por “vacaciones” y no asuma “que todo el mundo es cristiano” (en la Comisión, bastión de la cristiandad). Ejemplos, todos, rigurosamente ciertos y de los que el lector solo tendrá un modesto elenco.
Con estas líneas directrices, la Comisión ha cruzado varias líneas rojas: la del ridículo, la de lo grotesco y la de la decencia. Gracias a Dios, esta vez la revelación exclusiva de estos atropellos no ha pinchado en hueso. Numerosos medios se han hecho eco de la noticia, las redes sociales han reaccionado con implacable guasa e indignación y varios pesos pesados políticos, incluso de polos opuestos, han puesto el grito en el cielo. La Comisión ha hecho marcha atrás y se ha tragado otro sapo de su Comisaria metepatas y se ha comprometido a “revisar” el documento para que cumpla “con los estándares”. Una polémica que perseguirá al ejecutivo europeo durante el resto de su mandato y que ha servido de mucho.
Primero, es una victoria sobre el rodillo políticamente correcto que carcome nuestras élites y una señal inequívoca de que todavía se puede apelar al sentido común en esta marea de sinsentido y fanatismo “woke”. Segundo, también ha permitido desenmascarar a algunos lobbies y activistas que han infiltrado las instancias europeas. Aunque quieran maquillarlo ahora de error en cadena, a la Comisaria de Igualdad la han pillado con las manos en la masa. Estas líneas directrices eran la gota que ha colmado un vaso muy lleno de una deriva ideológica que se ha acelerado en los últimos dos años cómo ya argumenté aquí. El Parlamento y el Consejo ya se dotaron hace unos años de líneas de comunicación inclusivas casi igual de delirantes que las de la Comisión y, a día de hoy, siguen vigentes y nadie las ha cuestionado. Finalmente, esta polémica desvela la cruda pulsión totalitaria de una ideología perversa que oculta intenciones liberticidas bajo una jerga buenista, eslóganes simplones y conceptos melifluos.
Ridículo, grotesco, risible…sí, pero sobre todo totalitario. No basta con mofarse y responder con memes y chascarrillos. Llevamos diez años riéndonos a carcajadas con cada ocurrencia “woke” mientras que esas ideas colonizaban (que Dalli me disculpe por utilizar esta palabra) las más altas esferas del mundo occidental. Universidades, medios de comunicación, Hollywood, multinacionales, partidos políticos, etc… casi ningún círculo de poder ha resistido a la marea de fondo que, hoy por hoy, se ha convertido en la principal amenaza a nuestras libertades a la sombra de la cobardía, la dejadez y la confusión intelectual de las élites actuales.
Ojalá esta polémica sirva para despertarnos del letargo, ojalá marque un antes y un después para seguir dando la madre de todas las batallas: la de las ideas.